ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS.
José Mª Moreno Echevarria
PRÓLOGO
José Mª Moreno Echevarria
PRÓLOGO
Siglo XIX es en España sinónimo de crisis y de caos político, aunque para Salvador de Madariaga pueda ser también una época de lucha cerrada en busca de una estabilidad política. Una etapa en que España se debate entre la reacción y la revolución con bandos caracterizados por el más intransigente fanatismo. Sólo así se entiende que el periodo isabelino comience con una guerra civil y termine con una revolución, un cambio de dinastía, un cambio de régimen, otra guerra civil y una restauración.
Cuando las Cortes de Cádiz dieron al país la Constitución de 1812, pareció que España abandonaba el absolutismo, más la vuelta de Fernando VII segó en flor las ilusiones de los partidarios del régimen parlamentario. A la muerte de Fernando VII se disputaron el trono su hija Isabel y su hermano Carlos, alrededor del cual se agruparon los absolutistas para dejar al lado de Isabel a los liberales, o sea, los partidarios de la monarquía absoluta contra los partidarios de una monarquía parlamentaria. Bajo este signo se inició la guerra civil.
La guerra civil terminó con el triunfo del partido constitucional, dividido ahora en progresistas, dirigidos por Espartero, el general vencedor, y en moderados.
Los errores de Espartero produjeron varias escisiones en el partido progresista, por lo que el antiguo y compacto partido liberal que había iniciado la guerra civil, quedaba dividido en moderado y varios grupos progresistas. Tras la victoria del general Narváez, en Torrejón los moderados accedieron al gobierno, pero ahora sería el partido moderado el que se fraccionaría como antes el progresista.
La corrupción de aquellos gobiernos dio lugar al pronunciamiento de Vicálvaro, al bienio progresista y a la subida al poder del general O’Donnell, que creó la Unión Liberal. Éste sería un partido exclusivamente personalista que no dio ninguna estabilidad al gobierno de la nación.
Al socaire de todas estas agrupaciones políticas empezaba a tomar cuerpo el partido demócrata o republicano. Y todos fanáticamente intransigentes. En medio de esta encarnizada lucha política quedaba el trono, pero el inhumano matrimonio impuesto a Isabel II, unido a la ligereza e irreflexión de ésta, convirtieron a la Corte en un semillero de intrigas y en un vivero de camarillas que constituyeron un auténtico escollo para todos los gobiernos.
Junto a esta lucha política, se desarrollaba una lucha oculta y subterránea entre la masonería, apoyada por progresistas y demócratas y el clericalismo apoyado sobre todo por las camarillas de la Corte.
El desprestigio del trono era creciente y el país se halló al final más dividido que al principio. Cuando aparece el general Prim, todas las energías se aúnan en torno a él para forzar la revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II.
Cuando las Cortes de Cádiz dieron al país la Constitución de 1812, pareció que España abandonaba el absolutismo, más la vuelta de Fernando VII segó en flor las ilusiones de los partidarios del régimen parlamentario. A la muerte de Fernando VII se disputaron el trono su hija Isabel y su hermano Carlos, alrededor del cual se agruparon los absolutistas para dejar al lado de Isabel a los liberales, o sea, los partidarios de la monarquía absoluta contra los partidarios de una monarquía parlamentaria. Bajo este signo se inició la guerra civil.
La guerra civil terminó con el triunfo del partido constitucional, dividido ahora en progresistas, dirigidos por Espartero, el general vencedor, y en moderados.
Los errores de Espartero produjeron varias escisiones en el partido progresista, por lo que el antiguo y compacto partido liberal que había iniciado la guerra civil, quedaba dividido en moderado y varios grupos progresistas. Tras la victoria del general Narváez, en Torrejón los moderados accedieron al gobierno, pero ahora sería el partido moderado el que se fraccionaría como antes el progresista.
La corrupción de aquellos gobiernos dio lugar al pronunciamiento de Vicálvaro, al bienio progresista y a la subida al poder del general O’Donnell, que creó la Unión Liberal. Éste sería un partido exclusivamente personalista que no dio ninguna estabilidad al gobierno de la nación.
Al socaire de todas estas agrupaciones políticas empezaba a tomar cuerpo el partido demócrata o republicano. Y todos fanáticamente intransigentes. En medio de esta encarnizada lucha política quedaba el trono, pero el inhumano matrimonio impuesto a Isabel II, unido a la ligereza e irreflexión de ésta, convirtieron a la Corte en un semillero de intrigas y en un vivero de camarillas que constituyeron un auténtico escollo para todos los gobiernos.
Junto a esta lucha política, se desarrollaba una lucha oculta y subterránea entre la masonería, apoyada por progresistas y demócratas y el clericalismo apoyado sobre todo por las camarillas de la Corte.
El desprestigio del trono era creciente y el país se halló al final más dividido que al principio. Cuando aparece el general Prim, todas las energías se aúnan en torno a él para forzar la revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II.
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