CAPÍTULO II: COMIENZA LA PRIMERA GUERRA CARLISTA.
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. José Mª Moreno Echevarria
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. José Mª Moreno Echevarria
Las piezas están sobre el tablero y la partida la van a disputar liberales y absolutistas, es decir, los partidarios de Isabel y los partidarios de don Carlos. Se trata de la Primera Guerra Carlista
Los carlistas sólo tienen autoridad efectiva en el País vasconavarro. En Cataluña, la desorganización será ejemplar, y en el Maestrazgo transcurrirá algún tiempo hasta que se imponga la personalidad de Cabrera.
Aparentemente había más unidad en el bando liberal, pero solo en apariencia. Cuando a Martínez de la Rosa, satisfecho del éxito de su obra teatral, le dijeron que don Carlos había entrado en España para ponerse al frente del movimiento carlista, se limitó don desdeñosa indiferencia a contestar:
-“¡Bah!, un faccioso más…”-
Ante un gobierno débil, como este, solo bastaba un pretexto para que aquellos que estaban en contra del Estatuto Real se lanzaran a la calle. Y el pretexto se lo proporcionó la aparición del cólera en Madrid, en el verano de 1834. La gente se moría a centenares y se hizo correr la voz de que los frailes envenenaban las aguas. A los gritos de “¡Mueran los frailes!” el populacho asalta los conventos a pleno día. Madrid estuvo a merced de las turbas durante dos días, en los que fueron asesinados ochenta religiosos.
Mientras tanto el levantamiento carlista en el País vasconavarro va adquiriendo caracteres de auténtica gravedad pues los generales liberales Quesada y Rodil son vencidos por el general carlista Zumalacárregui.

El gobierno liberal nombra jefe del ejército del Norte a Espoz y Mina, el gran guerrillero, antiguo vencedor de los franceses, pero aparte eso, el gobierno poco más puede hacer ante la soberana bancarrota en la que se encuentra la economía española, que obliga a Martínez de la Rosa a pedir un empréstito de 15 millones a la banca Rotschild.
El nombramiento de Espoz y Mina no hizo variar la marcha de las operaciones. Los voluntarios de Zumalacárregui debían tener buenas piernas, pues a su general le gustaba emprender largas marchas y caer donde menos se lo esperaba el enemigo. Saliendo de Navarra, penetró en Álava y con 3.000 soldados derrotó en Alegría a los 3.500 del general O’Doyle, de los que apenas se salvaron 500; O’Doyle, hecho prisionero, fue fusilado. Al día siguiente Zumalacárregui derrotó al general Osma causándole 600 muertos.
Las victorias de Zumalacárregui continuaron: en Arquijas salió airoso ante los generales Córdova y Oraá; en Guipúzcoa derrotó a cuatro columnas isabelinas, a Lorenzo nuevamente en Arquijas e incluso a Mina en Larrainzar. Estos constantes fracasos militares inquietan ya seriamente al gobierno, que decide mandar 34 batallones a las Amézcoas, donde se refugia Zumalacárregui y aniquilarle allí mismo. Sin embargo las victorias carlistas se suceden y Zumalacárregui se desembaraza de Oraá, y hasta el general Espartero sufre una derrota en el puerto de Descarga, perdiendo 2.000 hombres. La consecuencia de esta victoria es que todas las Vascongadas y Navarra excepto las capitales, caen en poder de los carlistas. Don Carlos para premiar sus victorias le ofrece un título nobiliario, pero Zumalacárregui con rara modestia y profundo sentido de la responsabilidad le contesta:
-“Cuando entremos victoriosos en Cádiz, lo pensaremos. De momento no estamos seguros ni aún en los Pirineos y un título ahora sería ridículo”-
El verano de 1835, la corona de Isabel II, reina niña que aún no ha cumplido cinco años, se halla amenazada. Zumalacárregui cuenta con batallones bien entrenados y con unos soldados dispuestos a seguir al Tío Tomás hasta la muerte. Ha llegado el momento de ocupar Vitoria, pasar el Ebro y dirigirse a Madrid. ¿Quién le va a detener?
Sin embargo, la cortedad de miras del pretendiente don Carlos y su Consejo, se encargan de desvanecer esta amenaza. Ante la negativa de los banqueros extranjeros de concederle ningún crédito si no se hace dueño de una capital importante, don Carlos y su Consejo deciden que Zumalacárregui, en vez de dirigirse a Madrid, se apodere de Bilbao, contra la opinión del general que trata en vano de convencer a su soberano.
-¿Puede usted tomar Bilbao?- le pregunta don Carlos secamente.
Zumalacárregui picado en su amor propio, le contesta:
-Puedo hacerlo, pero costará muchos hombres y, sobre todo, un tiempo que ahora es precioso.-
Zumalacárregui, que no gozaba de simpatías entre la camarilla de don Carlos, tuvo que desistir de sus planes y el 10 de junio de 1835 se presentó en Bilbao con 14 batallones, pero sólo 8 piezas de artillería, para sitiar una ciudad en la que los defensores disponían de 40 cañones, 30 de ellos de gran calibre.
El día 15 de junio, mientras observaba los trabajos del sitio desde un balcón, Z

umalacárregui fue herido en una pierna. La herida no era grave pero incomprensiblemente se decidió trasladarle en parihuelas a Cegama, con el consiguiente empeoramiento de la herida que amenazaba gangrenarse. El día 25, tres horas después de haberle sido extraída la bala, moría en circunstancias que algunos consideran muy sospechosas pues en realidad la herida carecía de importancia. El general que había levantado y organizado un ejército y había dispuesto de todos los recursos del País vasconavarro, dejaba por toda herencia a su mujer y a sus tres hijas, 16 onzas de oro. Sus campañas sirvieron de tema de estudio a los tácticos alemanes…, pero don Carlos, parece que no llegó a darse cuenta de la irreparable pérdida que había sufrido.
Mientras, entre los liberales, con el desgobierno de Martínez de la Rosa la anarquía comenzó a extenderse por todas partes: en Murcia hubo una revuelta contra el obispo, en Málaga y en Zaragoza hubo asaltos a los conventos, saqueos, incendios y degollina de frailes; lo mismo en Reus, y en Barcelona donde se incendiaron los conventos de los agustinos, franciscanos, carmelitas, etc, siendo asesinados 32 frailes y encerrados en Montjuich alrededor de 700 para expulsarlos del país...; se aprovechó el desorden para prender fuego a la fábrica textil de Bonaplata y Vilaregut, que era la primera fábrica de vapor que, en 1827, se había establecido en Cataluña.
La situación de aquel gobierno era insostenible y en junio de 1835 Martínez de la Rosa fue sustituido por el conde de Toreno, que se vio enfrentado a tres arduos problemas: la guerra carlista, la anarquía existente y la pavorosa situación de la Hacienda.
Con todos estos excesos, lo único que conseguían los revolucionarios era perjudicar la causa de Isabel II y favorecer la de don Carlos, empujando al campo absolutista a las personas amantes del orden y, principalmente, a las de arraigados sentimientos religiosos. Favorecidos por tanto desorden, los partidarios del pretendiente eran cada vez más temibles en el País vasconavarro, en Cataluña, en el Maestrazgo, e incluso surgieron partidas carlistas en Galicia, Castilla, La Mancha y Extremadura.
El conde de Toreno, desbordado por los acontecimientos tuvo que ceder el gobierno a Mendizábal. Don Juan Álvarez Méndez, era un judío de Cádiz, destacado masón y que en Londres había amasado una fortuna. Había cambiado su segundo apellido Méndez por Mendizábal, con el cual se le conoce y formó gobierno el 15 de septiembre de 1835.
Mendizábal, en primer lugar, para cumplir sus planes de ganar la guerra y terminar con la anarquía, necesitaba dinero. Y creyó que podría solucionar el problema económico apoderándose de los bienes eclesiásticos. El 15 de octubre de 1835 se decretó por real orden la supresión de las órdenes religiosas con la subsiguiente desamortización de sus bienes, exceptuándose las de los hospitales, enseñanza y misiones.
Había que tener en cuenta que existían entonces en España más de 3.000 conventos de frailes y unos 900 de monjas y que las propiedades eclesiásticas representaban aproximadamente la cuarta parte de las propiedades rústicas y urbanas de la nación. Y en su mayor parte eran propiedades muertas.
Se pensaba que la venta de los bienes eclesiásticos pasando a manos particulares y puestas en explotación aumentarían su valor y por consiguiente la riqueza nacional. Aunque podía haber supuesto un positivo saneamiento de la Hacienda, en realidad sólo sirvió para que se crearan muchas fortunas particulares, merced a las facilidades de venta que daba el gobierno. Aunque repercutió favorablemente en la economía española no sirvió para sanear la Hacienda
En el aspecto militar, Mendizábal decretó, sin la intervención de las Cortes, una quinta de 100.000 hombres. De ellos unos 20.000 hombres se redimieron en metálico. Como se calcula que desertaron unos 20.000, la movilización supuso una incorporación de 60.000 hombres al ejército liberal. También comenzaron a llegar refuerzos extranjeros para los liberales. Inglaterra envió la llamada Legión británica de unos 10.000 hombres al mando del Lacy Evans; La legión extranjera de Argel o Columna Francesa de Bernelle con unos 7.000 hombres y los 5.000 portugueses del barón D’Antas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario