sábado, 19 de octubre de 2019

Capítulo III: Expedición Real y fin de la Primera Guerra Carlista

CAPÍTULO III: LA EXPEDICIÓN REAL Y EL FIN DE LA GUERRA.
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria

A la muerte de Zumalacárregui los ejércitos carlistas alternaron victorias como la de Maroto sobre Espartero en Arrigorriaga, con derrotas como la de González Moreno ante Córdova en Mendigorría.

El movimiento carlista sin embargo había obtenido un notable empuje en Cataluña destacando tanto por el número de efectivos en las partidas: más de 20.000 hombres, como por su desorganización: cada partida tenía su jefe y no aceptaba ninguna otra autoridad que la suya.

En el Maestrazgo, en cambio, comenzaba a brillar la figura de Ramón María de Cabrera quien con fuerzas inferiores pero mejor mandadas y organizadas iba obteniendo mayores éxitos que las numerosas partidas carlistas catalanas. A Cabrera lo llamaban el Tigre del Maestrazgo por su crueldad y porque fusilaba a los prisioneros sin piedad. Pero podía alegar motivos personales, pues el general liberal Nogueras, previa autorización de su jefe Espoz y Mina, capitán general de Cataluña, había mandado fusilar a la madre de Cabrera. Y este crimen lo vengó Cabrera con mares de sangre.

Se vivía entonces en el terrible círculo vicioso de las guerras civiles: tanto los de un bando como los del otro fusilaban a cuantos caían en sus manos. Inglaterra intervino forzando el acuerdo entre el general Valdés en representación de las fuerzas del gobierno y Zumalacárregui de las carlistas, para respetar las vidas y el canje de prisioneros. Desgraciadamente estos acuerdos sólo alcanzaban a las tropas que luchaban en el sector Norte.

Mientras tanto, en Madrid, don Javier de Istúriz reemplazó a Mendizábal en la jefatura del gobierno el 15 de marzo de 1836. Pocos meses después, el 12 de agosto, mientras María Cristina y Muñoz veraneaban en La Granja los sargentos del 2º Regimiento de la Guardia se sublevaron. Se dirigieron a palacio, penetraron hasta el salón en que se encontraba la Regente y exigieron a María Cristina que firmase un decreto reponiendo la Constitución de 1812:
-“Firme Vuestra Majestad, si no quiere que las cosas pasen más adelante”- le amenazó el sargento Higinio García.

A las cuatro de la madrugada don José María Calatrava, destacado masón, y amigo de Mendizábal se hacía cargo del gobierno y María Cristina regresaba a Madrid. La ciudad se había sublevado. El capitán general Quesada salió a luchar contra las turbas que se habían adueñado de las calles, pero derribado del caballo quedó preso en una casa del barrio de Hortaleza y custodiado por los carabineros, hasta que la chusma asaltó la casa y le dio muerte, cortándole los dedos de las manos, que metidos en un pañuelo iban siendo mostrados por unos soldados por los cafés de Madrid.

El ambiente revolucionario en que vivía España, restaba al gobierno la fuerza necesaria para acabar con la guerra civil. En las tropas liberales, el general Córdova, a consecuencia de los sucesos de La Granja, había presentado la dimisión y a finales de septiembre de 1836 fue nombrado Espartero para sustituirle.

Baldomero Espartero, uno de los generales más laureados de la época, quiso inaugurar su mando en jefe con un hecho resonante: obligar a los carlistas a levantar el sitio de Bilbao. Preparó el ataque y ayudado por buques ingleses, franceses y españoles pudo transportar parte de sus tropas al otro lado de la ría. El combate tuvo lugar la Nochebuena de 1836 y Espartero derrotó completamente a los carlistas en Luchana.

Calatrava que presidía el gobierno llamó a Mendizábal para que se hiciese cargo de la cartera de Hacienda: la maniobra de La Granja había dado resultado. Pero si las logias masónicas sabían trabajar activamente, no les iban a la zaga los elementos reaccionarios; el reinado de Isabel II es una maraña de intrigas y conspiraciones. Y el instrumento que iba a utilizar el elemento clerical era una monja con fama de milagrera y de santa: sor Patrocinio, la monja de las llagas.

María Josefa Quiroga, en el claustro sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio había nacido en 1811. Un día el demonio la sacó del convento y la transportó a la sierra, donde le hizo ver que María Cristina era una mala mujer y que su hija no era ni podía ser reina de España, y eso le había producido cinco llagas en manos, pies y costado izquierdo. Los doctores que la examinaron constataron la veracidad de las llagas pero advirtieron que éstas sanaban como cualquier otra herida al cabo de mes y medio. Se descubrió que un capuchino, fray Fermín de Alcaraz, le proporcionaba a la monja una reliquia que causaba una herida en la parte del cuerpo donde se aplicaba. Convicta de impostura, sor Patrocinio fue desterrada de Madrid, pero ni aún así disminuyó en nada la fama de santidad de la monja de las llagas; principalmente porque a esta fama acompañaban relevantes cualidades tanto físicas como intelectuales. A sus atractivos físicos unía una conversación cautivadora y un envidiable don de gentes. Su influencia en la Corte, adonde regresó en 1844 fue siempre incontrastable y, por desgracia, sumamente perniciosa para España y para el reinado de Isabel II.

La victoria de Espartero en Luchana con el levantamiento del sitio de Bilbao animó a los liberales a una ambiciosa operación: Espartero atacaría partiendo de Vizcaya, La Legión Inglesa con los 8.000 ingleses de Lacy Evans, saldría de San Sebastián y Sarsfield completaría el cerco saliendo de Pamplona. La batalla final tendría lugar el 15 de marzo de 1837 en el monte Oriamendi. (Para oir la canción original clica aquí) Aunque la situación era francamente desfavorable al pretendiente, los carlistas lucharon con heroísmo: Villarreal antes de lanzar a sus voluntarios alaveses contra los ingleses lanzó una tremenda arenga de cuatro palabras: “Arriba; a morir vamos”. Sus tropas lucharon sin descanso; los ingleses fueron barridos y retrocedieron a buscar salvación en San Sebastián, Espartero que ya se había apoderado de Durango, tuvo que replegarse.

Después de tres años y medio de cruenta guerra civil, nadie podía vislumbrar el final de la misma. María Cristina, desalentada por la duración de aquella guerra, entró secretamente, y a espaldas de su gobierno, en negociaciones con don Carlos, utilizando como intermediario a su hermano Fernando II rey de Nápoles. Dos eran las condiciones que ponía la regente para reconocer a don Carlos como rey:
- El matrimonio del primogénito de don Carlos con su hija Isabel (que eran primos carnales)
- Amnistía para todas las personas que figurasen en una lista que entregaría María Cristina.

Ambas condiciones fueron aceptadas y el 2 de febrero de 1837, el Consejo del pretendiente decidió que se realizase un expedición a Madrid; la llamada Expedición Real…, que el mismo don Carlos y su Consejo se encargaron de hacer fracasar. Salieron de Estella, con 17 batallones, 1000 caballos y 300 artilleros sin piezas “para no hacer la marcha más embarazosa”. Llevaban solamente 500 pesetas en caja, insuficiente para pagar a los voluntarios. Sin municiones y sin dinero, iba en cambio sobrecargada de parásitos: frailes, canónigos confesores, servicio palatino (sumiller, chambelán, gentileshombres, pajes, músicos, etc.), aristócratas prusianos, austriacos y polacos, aventureros y hasta aventureras. Luego iba el Consejo Real con toda su burocracia. Y como punto final toda la servidumbre de esta corte trashumante. Todos poco preocupados pues sabían que iban a cosa hecha, gracias al acuerdo concertado con la regente.

La expedición cruzó el Ebro, con intención de unirse a Cabrera y dirigirse a Madrid. Mas ignorándose por qué causa, la Expedición se dirigió primero a Cataluña, luego, asediada por las tropas de Espartero, de Oraá y de Buerens, la Expedición se dedicó a vagabundear por Valencia en una marcha lenta y fatigosa como una procesión.

Al fin enderezó su marcha y se dirigió hacia Madrid. Cabrera se adelantó y tomó Vallecas. Sus hombres llegaron a 1 km de la Puerta de Alcalá. Nadie, podía impedir a don Carlos entrar en Madrid; sólo se esperaba su orden para hacerlo, pero esta orden no llegaba. Cabrera parecía un león enjaulado. Por fin llegó la orden del pretendiente… de que las tropas se retirasen a Arganda!

-“Anem –les dijo Cabrera a los suyos- que mentre auquest pobre abat ens mani, no farem cosa bona” (Vámonos, que mientras nos mande este pobre abad, no haremos nada bueno)

Cabrera, asqueado, abandonó la expedición y se volvió al Maestrazgo. La desmoralización de las tropas carlistas, que se retiraban sin haber sido derrotadas, era enorme.

El historiador Pierre de Luz explica el fracaso de la Expedición Real diciendo que la regente había cambiado de opinión y había comunicado al pretendiente que Madrid no se iba a entregar sin luchar. Don Carlos habría quedado aterrado y se sentía engañado: el no había ido a luchar, sino con la seguridad de que se le abrirían las puertas de Madrid, y que efectuaría una entrada poco menos que triunfal.

A esta argumentación de Pierre de Luz le falta solidez. Con el general carlista Zaratiegui en Las Rozas, don Carlos en Arganda y Cabrera en Vallecas, aunque María Cristina se negara a cumplir lo acordado, lo único que tenía que hacer el pretendiente era dar la orden, no ya de retirada, sino de asaltar la capital. No hay un razonamiento frío y objetivo que pueda explicar la retirada carlista. Pero gracias a esto se salvó el trono de Isabel II

Mientras tanto, aprovechando la salida del grueso del ejército carlista en la Expedición Real las tropas de la guarnición liberal de San Sebastián dirigidas por Lacy Evans, comandante de la Legión Auxiliar Británica, iniciaron un ataque con el fin de conquistar el corredor que unía la ciudad de Irún con la frontera francesa en mayo de 1837 . Irún sería tomada por las fuerzas liberales el 17 de mayo de 1837 y Hondarribia el día siguiente.

La situación en el campo liberal no estaba sin embargo carente de problemas: la anarquía reinaba incluso en el ejército y la brigada del general Van Halen se sublevó en Aravaca pidiendo la dimisión del gobierno de Calatrava, cosa que ocurrió el 17 de agosto. Le sustituyó en la presidencia de gobierno don Eusebio Bardají. A éste, en diciembre le sustituyó el conde de Ofelia, que duró hasta septiembre de 1838 en que le relevó el duque de Frías. Este cedió el puesto a don Evaristo Pérez de Castro, que duró nada menos que veinte meses!.

Todos estos cambios pueden sucederse porque, en realidad, desde la fracasada Expedición Real la guerra, aunque aún costaría mucha sangre, estaba en proceso de finalización, dada la disolución que se vislumbraba en el ejército carlista: los generales Zaratiegui y Elio son detenidos y procesados; Villarreal es confinado en Eugui y Simón de la Torre en Villaro. Se confía el mando en jefe al general Maroto, compañero de armas de Espartero en las guerras de América y probablemente masón. Maroto, durante su mando, no dio una sola batalla, aunque la coyuntura, dada la debilidad de los gobiernos liberales, no podía ser más favorable.
La inacción de Maroto empezó a causar vivo malestar en varios jefes carlistas: los generales Sanz, Guergué, Gracía Y Carmona, que debido a sus protestas fueron detenidos y fusilados sin formación de causa en Estella:. El 21 de febrero de 1839 don Carlos destituyó a Maroto, declarándole traidor, pero ante su amenazadora marcha de Estella a Tolosa, donde se encontraba el pretendiente con su corte, éste, temeroso, se desdijo, devolviéndole el mando el día 24.

Mas la disolución en el campo carlista era ya total y los generales Urbiztondo, Simón de la Torre e Iturbe al mando de los batallones castellanos, vizcaínos y guipuzcoanos respectivamente, empujaron a Maroto a firmar un acuerdo con Espartero. Este convenio fue firmado en Vergara el 31 de agosto de 1839, rubricándose con el ya famoso "Abrazo de Vergara" entre Maroto y Espartero ante los dos ejércitos formados.

En el Convenio de Vergara se reconocían los grados de generales, jefes y oficiales del ejército carlista y se prometía recomendar a las Cortes que se respetasen los fueros de las Vascongadas y Navarra.


Los batallones alaveses y la mayor parte de los navarros no quisieron adherirse al convenio y se retiraron en desorden a Francia, en número de unos 8.000 hombres. El 14 de septiembre pasó don Carlos la frontera por Dancharinea y aunque todavía Cabrera continuó la guerra hasta el 5 de julio de 1840 día en que derrotado por Espartero se refugió junto con 10.000 hombres en Francia; la primera guerra carlista había finalizado. (Para ver un video resumen de un par de minutos sobre esta guerra clica aquí)

El balance de aquellos siete terribles años de guerra fraticida era espantoso. Solamente a los vencedores, los liberales, les había costado cuarenta mil hombres y cinco mil doscientos cincuenta millones de pesetas.

3 comentarios:

maite dijo...

¿en cuanto timpo tenemos que estudiar todos estos temas?

El Profe dijo...

No hay que "estudiar" este libro. Sólo leerlo con la mayor atención que cada cual pueda dedicarle, intentar entenderlo y contestar a las preguntas. Si al final os quedáis con algunas ideas, algunas anécdotas y algunas impresiones generales sobre esta época, vale.
El siguiente tema de "estudio" en clase se titula "Euskal Herria durante el Antiguo Régimen" (3-4 clases) y a su finalización haremos un examen sobre estos dos temas.
Luego el tercer tema, será ya sobre la época de Isabel II y para entonces como ya casi habréis terminado el libro, os será más fácil entender este periodo tan convulso y proceloso.
Gabon.

El Profe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.