jueves, 21 de noviembre de 2019

Capitulo VI. Desavenencias matrimoniales y regreso de Narváez.

CAPÍTULO VI: DESAVENENCIAS MATRIMONIALES Y REGRESO DE NARVÁEZ.
BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria
Las dos principales preocupaciones de María Cristina consistían en aumentar su fortuna personal y en dar un pingüe porvenir a los hijos que tenía con Muñoz. Aprovechando la presencia en Madrid del general ecuatoriano Flores, que había sido derribado por una revolución del gobierno de su país, María Cristina concibió el proyecto de que su hijo el duquesito de San Agustín, de la mano de Flores, fuese coronado rey en el Ecuador, para lo cual ofreció a Flores 2.000 soldados, dinero y material de guerra.

Cuando trascendió este descabellado asunto, hubo en España una oposición unánime e incluso reclamaciones extranjeras. Todo lo atropellaba María Cristina en aras de su egoísmo.

Tras la doble boda y la salida de Narváez del poder, la política española solo ofrecía gobiernos débiles e inestables: el 28 de enero de 1847 cayó el gabinete de Istúriz, reemplazado por el duque de Sotomayor, que duró dos meses, siendo sustituido por Pacheco, que dio la cartera de Hacienda a don José de Salamanca, que hizo su aparición en el firmamento político español. El malagueño Salamanca era una de las personalidades más fuertes de aquella época. Siendo todavía muy joven fue alcalde de Monóvar cuando la peste asoló a esta localidad. Salamanca se desvivió por atender a los enfermos y él mismo cayó víctima de la epidemia. Se le dio por muerto, se le amortajó y se le colocó en el ataúd. Cuando estaban a punto de cerrarlo recobró el conocimiento y se incorporó, ante el sobresalto de todos los presentes. Sin gestos ni alborotos, Salamanca les dijo muy cortésmente:

- “Ustedes perdonen, señores, pero habrá que dejarlo para otra vez

Salamanca hizo una de las mayores fortunas de España, primero con el arriendo del Estanco de la Sal y después con la concesión del ferrocarril de Madrid a Aranjuez.

El 4 de mayo de 1847 Isabel sufrió su primer atentado. Yendo en coche descubierto por la Puerta del Sol le fueron hechos dos disparos que le rozaron la frente, dejándole la huella de los fogonazos. Detenido como sospechoso un abogado de Compostela se le juzgó y aunque no pudo probársele nada, fue condenado a muerte. Intervino Isabel y se le impuso una pena de veinte años, conmutada después por una de cuatro y, finalmente indultado.

La popularidad de Isabel era por entonces inmensa, pero ya empezó a dar muestras de la más alarmante irresponsabilidad, con su conducta frívola y ligera, sin que le preocupara lo más mínimo el prestigio del trono, ni el respeto y el decoro de su persona. Daba la impresión de que con su alocado proceder quería echar en cara su culpabilidad a los responsables de aquel inhumano enlace matrimonial.

Comenzó a frecuentar los reservados del Lhardy, lugar de cita y diversión de la gente elegante. En Aranjuez, solía aprovechar para perderse con Serrano, el general bonito, por las espesuras y rincones del jardín llamado Laberinto.

¿Qué hacía entretanto Francisco de Asís? Pues el rey consorte mantenía acaloradas discusiones con su suegra María Cristina la cual, no pudiendo soportar a su yerno, un día le dijo que no era merecedor de compartir el lecho con su hija. Francisco de Asís, muy digno, mandó sacar su cama de la alcoba real y trasladarse a El Pardo. María Cristina, por esta y otras causas se marchó a París.

A Isabel le recomendaban que solicitase el divorcio, basándose en la impotencia de Francisco. Consejo inadmisible, pues había que comprobar que no se había consumado el matrimonio y que Isabel conservaba su doncellez. Esto último algo difícil, llevando la vida que llevaba.

El gobierno de Pacheco intentaba presionar para que Francisco volviera al lado de la reina, pero él, dando, lo que creía, un ejemplo de energía se oponía:

- “Se ha querido ultrajar mi dignidad de marido. Puesto que nuestro matrimonio ha sido por razones de Estado, yo he estado siempre dispuesto a disimular, pero Isabelita no ha sabido cumplir con ese deber. Yo me casé porque debía casarme, porque el oficio de rey tiene sus ventajas y yo no iba a tirar por la ventana la ocasión que me brindaba la fortuna. Para mí no hubiera sido enojosa la presencia de un privado. Hubiera tolerado a Serrano si se hubieran guardado las formas, pero lo aborrezco porque me ha faltado al respeto. Serrano es un pequeño Godoy, pero sin clase. No sabe guardar las formas, porque lo primero que hizo Godoy para alcanzar los favores de mi abuela, fue ganarse a Carlos IV

Pacheco se quedó de piedra.

Narváez desde París observaba estas vergonzosas escenas y tras reconciliarse con María Cristina, el jefe de los moderados se presentó en Madrid a finales de agosto de 1847, cuatro días antes de que Pacheco presentara la dimisión. Más, ante la sorpresa general, no fue a Narváez a quien se encargó la formación de gobierno, sino a Salamanca que se había ganado la confianza de Isabel con el dinero que le había hecho ganar en la Bolsa. Salamanca, muy inteligentemente, no quiso ocupar la cabecera del gobierno cediéndoselo a su amigo don Florencio García Goyena y reservándose para sí mismo la cartera de Hacienda.

Desde este segundo plano, Salamanca era quien de hecho gobernaba en España. Lo primero que intentó es “sencillamente” que Isabel se divorciase de Francisco de Asís y se casase con el conde de Montemolin. También se propuso acabar con la privanza de Serrano, sustituyéndole con el cantante Mirall, bajo de impresionante voz y apuesta figura. Música y buena planta, dos cosas a las que Isabel se ha mostrado siempre muy sensible. Serrano, despechado y para vengarse se unió a Narváez, y éste, en aquellas circunstancias juzgó conveniente olvidarse de que el fusilamiento de Serrano era uno de los puntos fundamentales de su programa.

Con este apoyo, el 4 de octubre de 1847, (hacía apenas un mes que se había formado el gabinete García Goyena-Salamanca) estando los ministros reunidos en Consejo entró el espadón de Loja, sólo, en el despacho y sin más preámbulos les dijo:

-“Señores; por real orden quedan ustedes exonerados de sus funciones”

Don Patricio de la Escosura, apoyado por García Goyena protesta enérgicamente. Narváez se siente generoso y hace una concesión:

“De acuerdo, señores; en vez de quedar exonerados, pueden ustedes presentar su dimisión.”


Salamanca no dice nada. Una emisión de títulos por valor de cincuenta millones de reales al 3% para pagar los atrasos que se le deben a la reina y de los que él espera sacar una buena tajada, está muy caliente y se marcha sin hacer ruido.

Las primeras medidas de Narváez son nombrar ministro de Hacienda a Bravo Murillo y hacer venir de Francia a María Cristina. Para restablecer la armonía en palacio aleja a Serrano, nombrándole capitán general de Granada. Esta noticia la acoge el rey consorte con evidente satisfacción. Entre esto y que Narváez le garantiza que en la corte nadie le faltará al respeto, ni siquiera el favorito de turno, Francisco de Asís queda convencido y regresa a palacio, donde es recibido por los ministros con cierta solemnidad. A pesar de todo, Francisco se instala en su habitación, no en el de la reina. De todas formas, si la disputa ya era un hecho de dominio público, la reconciliación, al menos oficialmente, del matrimonio real lo es también.

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