CAPÍTULO V: EL GOBIERNO DE NARVÁEZ Y LA BODA DE ISABEL II
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria
Al caer Espartero, quedó España sin regencia y sin gobierno. Esta última cuestión se resolvió inmediatamente poniendo en el gobierno a José María López. En cuanto a la regencia, se acordó que lo más acertado era dar por terminada la misma, para lo cual se adelantaría la proclamación de la mayoría de edad de Isabel.
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Se convocaron elecciones, que dieron un número casi igual de progresistas y moderados. El 8 de noviembre reunidos
el Senado y el Congreso en asamblea general, votaron la mayoría de edad de Isabel, que acababa de cumplir trece años. A la edad en que otras niñas juegan con sus muñecas, Isabel tenía que ejercer las funciones reales y nombrar primeros ministros. Mas ¿Qué responsabilidad se le puede exigir a una reina de trece años? Es demasiado joven todavía para que pueda interesarle la política. No obstante, a sus trece años, comienza a fijarse en la presencia física de los personajes que le rodean y hay dos que ejercen sobre ella una indudable atracción: el seductor Olózaga y el joven general
Serrano, a quien Isabel, todavía ingenua, no se recata en llamar el
general bonito.
Olózaga fue nombrado presidente del nuevo gobierno,
pero durante este tiempo
el verdadero hombre fuerte de España era, sin embargo, Narváez, hombre seguro de sí mismo, de decisiones rápidas y tajantes. Buen general y de reconocido valor personal es, por encima de todo, político y hombre de estado. Sus enemigos así lo reconocían y pensaron que sólo por medio de un atentado personal podrían deshacerse de él. El 6 de noviembre, yendo al teatro en una berlina acompañado de Bermúdez de Castro y el coronel Baseti, en la calle del Desengaño, dos individuos envueltos en capas y con sombrero calañés dispararon sus trabucos contra el carruaje matando a sus dos acompañantes. Narváez, con su acreditado valor, en vez de ordenar al cochero que acelerase mandó parar la berlina y descendió del vehículo para enfrentarse a sus agresores, pero éstos ya habían desaparecido.
Narváez, el “espadón de Loja” fue el único que salió ileso y su fama reforzada.
Un oscuro asunto sobre una ley de disolución de las Cortes que Olózaga supuestamente forzó de modo violento a firmar a Isabel II, fue el motivo de la dimisión de éste. La acusación era una sarta de falsedades, algunas demasiado burdas –la propia Isabel explicó que Olózaga la había encerrado bajo llave hasta que firmara…cuando la puerta de la sala en cuestión ¡no tenía cerrojo! Pero Olózaga tuvo que darse por vencido y huir a Portugal. A los trece años, acababa de dar Isabel pruebas concluyentes de la irreflexión, la ligereza y la irresponsabilidad que presidirían todos los actos de su vida.
A Olózaga le sustituyó González Bravo. Y este comenzó a preparar el regreso a España de María Cristina pues los generales opinaban que la reina debería tener a su lado el apoyo y los consejos de su madre. ¡Qué ironía, que fuera precisamente González Bravo el que inició los trámites para el regreso de María Cristina, puesto que el mismo que en el periódico “El Guirigay” había llamado a María Cristina “ilustre prostituta”, firmaba el decreto en que se autorizaba su regreso a España llamándola “ilustre desterrada” y convirtiendo a su marido Muñoz, en ¡Duque de Riánsares y grande de España!
La principal función de González Bravo como jefe del gobierno, fue el mantenimiento del orden público y su obra más destacada fue
la creación de la Guardia Civil
Curiosamente el regreso de María Cristina supuso la caída del hombre que posibilitó su vuelta. En efecto, una tarde, al entrar María Cristina en sus habitaciones, vio una primorosa caja de ignorada procedencia. La caja contenía una colección completa de “El Guirigay”. Allí aparecía todo el pasado revolucionario de González Bravo y allí pudo comprobar que el presidente de gobierno le había llamado, en letras de molde, "prostituta". Desde aquel momento la situación se hizo insostenible y el 3 de mayo González Bravo presentó la dimisión, haciéndose cargo del decimoséptimo gobierno de Isabel, el general Narváez.
El programa de Narváez es claro: mantener el orden y acabar con las agitaciones. Narváez, hombre práctico y sincero liberal, desearía implantar en España una democracia al estilo de la británica pero sus procedimientos rígidos le valdrán el sobrenombre de el "espadón de Loja" pues en él convergen el parlamentarismo y la dictadura.
Narváez confió la cartera de Hacienda a don
Alejandro Mon, buen economista que debía capear con un déficit de 500 millones y una absoluta falta de crédito en el extranjero debido a la endémica
bancarrota estatal. Mon emprendió la reforma del sistema tributario y el recorte del 37% al 28% de los gastos militares. Se trabajaba también en una nueva Constitución. En Europa se decía que España era la nación que más constituciones promulgaba y que menos constituciones cumplía. Ahora se presentaba la de 1845, que era la de 1837 algo modificada. Esta nueva
Constitución provocaría la escisión en el partido liberal moderado, formándose el grupo llamado de “los puritanos”
María Cristina había traído en su equipaje un delicado problema sin resolver: el de
su matrimonio con Muñoz. Y quien tenía que solucionarlo era la pequeña Isabel, que después de la tropa de hermanastros que le había caído en suerte, se entera que Roma había hecho saber a la viuda de Fernando VII que su precipitado enlace
no era válido ni en lo religioso ni en lo civil. Y ahora se daba el curioso caso de que la hija tuvo que regularizar la situación de su madre, legalizando civilmente el matrimonio, por medio de un decreto del 10 de octubre de 1844, firmado por Isabel II y en el que además convertía a su padrastro Muñoz, en el
excelentísimo señor don Fernando Agustín Muñoz, duque de Riánsares y Grande de España!
No todo era trabajo para Isabel y su familia. El 2 de agosto comenzaron sus
vacaciones en San Sebastián, donde a pesar de llegar a las dos de la madrugada, les esperaba un gran gentío, que les hizo un cariñoso recibimiento. El día 4 comenzó a tomar baños de mar, para lo cual se construyó en la playa de la Concha, una
caseta con ruedas que se desplazaba hasta el mar, curioso artefacto que despertó el asombro de los tranquilos donostiarras. A la una del mediodía siempre había una curiosa multitud contemplando el baño de la reina. Por la tarde acostumbraba a hacer excursiones por las poblaciones de los alrededores sin escolta alguna. Durante su estancia también acudieron a Mondragón a tomar las aguas de Santa Águeda, y a Pamplona. El 13 de septiembre regresaron a Madrid.
En octubre de 1845 cumpliría Isabel 15 años y la que más tarde se convertiría en una mujer obesa y exuberante, era por entonces una espléndida muchacha de enorme vitalidad, pero sumamente desaplicada en sus estudios, en los que no hizo ningún progreso. De escasa cultura y con un total desconocimiento de la ortografía, en lo único que destacó fue en música y canto. Era muy aficionada a los juegos, a montar a caballo, a los bailes y al teatro. Pero las dos cosas que principalmente atraían a Isabel eran la música y los buenos mozos. Su ocurrente gracejo y su campechanía le ganaban la simpatía de todos y el pueblo madrileño no tardaría en llamarla la reina castiza.
Había que abordar el espinoso asunto del matrimonio de Isabel. El esposo de Isabel se convertiría automáticamente en rey consorte de España. Y éste era el motivo de que la boda de la joven soberana figurase como una candente cuestión internacional. El embajador francés Bresson, utilizando el telégrafo óptico de Behobia, pudo transmitir a París la siguiente noticia extraída de la intimidad de palacio: “Isabel II ya es mujer desde hace dos horas”
Narváez cree que lo más ventajoso para España es la boda de Isabel con uno de los hijos del monarca francés Luis Felipe, pues proporcionaría España apoyo en el exterior y seguridad en el interior. Sin embargo, Gran Bretaña opuso un veto terminante a ésta elección.
Había otro candidato muy interesante y bien visto por los ingleses: el príncipe alemán
Leopoldo de Sajonia-Coburgo, primo del rey consorte inglés
Alberto esposo de la reina
Victoria. Pero esto no interesaba a Francia. Así las cosas en septiembre de 1845 se entrevistaron en
Eu la reina Victoria de Inglaterra y el rey francés Luis Felipe.
Inglaterra no desea un enlace con un príncipe francés, porque no desea correr el peligro de que a causa de una posible herencia familiar, se unan las coronas de Francia y España. Luis Felipe no tiene inconveniente en aceptar el punto de vista inglés, pero tampoco está dispuesta a cogerse entre dos fuegos y pone veto al matrimonio con el príncipe alemán. Ingleses y franceses se ponen de acuerdo para que Isabel se case con un descendiente de Felipe V.
¿Y España? España no tiene voz ni voto en Europa. A España y a Isabel, las más directamente interesadas, ni siquiera se les ha consultado. Y de esta manera el matrimonio de Isabel no será libre. Y la imposición de un marido para Isabel tendrá una enorme trascendencia en el reinado de Isabel y en los destinos de España.
Ciertamente no escasean los candidatos. De momento hay cinco que reúnen el requisito de ser descendientes de Felipe V: los tres hijos del pretendiente Carlos y los dos hijos de los infantes Francisco de Paula y Luisa Carlota; y todos primos de Isabel.
El mejor situado es, indiscutiblemente, Carlos Luis, conde de Montemolín, hijo mayor del pretendiente Carlos (V) (hermano de Fernando VII), quien tras la Primera Guerra Carlista ha abdicado en su hijo todos sus derechos. Alto, de buena presencia, no muy sobrado de inteligencia reúne todas las condiciones pues daría satisfacción a las dos legitimidades enfrentadas en la guerra. Todo el mundo lo apoya..., mas aquí surgió de nuevo el fanatismo para echar por tierra tan beneficioso proyecto.
Los carlistas no aceptaban que la reina Isabel se casara con Carlos, conde de Montemolín. Para ellos la fórmula debía ser que Carlos VI, rey de España, se casaría con Isabel de Borbón.
Las condiciones carlistas eran, evidentemente, inaceptables y Montemolín, y sus dos hermanos don Juan y don Fernando, quedaron descartados de la candidatura a la mano de Isabel.
Quedaban los dos hijos de Francisco de Paula y Luisa Carlota:
Enrique, duque de Sevilla y
Francisco de Asís, duque de Cádiz.
Francisco de Paula, el padre, tenía mucha influencia en ciertos medios. A pesar de ser hijo de
Carlos IV y
Maria Luisa, y hermano por tanto de
Fernando VII y de don Carlos; las Cortes de Cádiz le negaron el derecho a figurar en la línea de sucesión al trono, por considerársele hijo de María Luisa y del favorito
Godoy.
(Puedes ver el cuadro de Goya "La familia de Carlos IV". En el centro están Carlos IV y Maria Luisa, que lleva de la mano a Francisco de Paula. (Enlace recomendado). A la izquierda del cuadro verás a Carlos, el tío de Isabel y pretendiente carlista, y al que será Fernando VII, padre de Isabel)
Enrique, el hijo mayor, queda descartado por sus ideas revolucionarias.
El candidato de Francia es Francisco de Asís, pero ante tal propuesta María Cristina se lleva las manos a la cabeza. Francisco de Asís difícilmente puede despertar el amor y, menos aún, el entusiasmo de ninguna mujer. Es pequeño, delicado, de voz atiplada, gestos amanerados y andares sospechosos. Y muestra una exagerada afición a los perfumes, los encajes y las puntillas. Algunos no se recatan en llamarle
Paquita.
María Cristina entonces tiene otra de sus ideas originales y es la de presentar como candidato a la mano de su hija Isabel, a su propio hermano, el conde de Trapani. Esto es un auténtico lío familiar. Porque María Isabel de Nápoles, madre de María Cristina y del conde de Trapani, sería a la vez abuela y suegra de Isabel II y si el matrimonio se celebrase y tuviera hijos, María Isabel sería para ellos abuela y bisabuela, su padre sería a la vez su tío, su abuela ... En fin, el conde de Trapani es absolutamente impopular en España, donde no faltan los que lo retratan como un retrasado mental.
Ante la insistencia de María Cristina en avalar la candidatura de su hermano, Narváez, que podía enfrentarse a la más fiera revolución, no puede luchar contra las maniobras, las intrigas y las zancadillas de la corte y dimite. Le sustituyó el marqués de Miraflores que aguantó 34 días. Hubo que volver a llamar a Narváez y María Cristina lo hizo con los mayores halagos, pero a los diecinueve días Narváez volvió a presentar la dimisión y se marchó a París. Le reemplazó, el 5 de abril de 1846, Istúriz.
Guizot, primer ministro de Luis Felipe, decide poner todo el peso de la influencia francesa a favor de Francisco de Asís. Si Isabel casa con éste, Luisa Fernanda, hermana de Isabel, se casaría con el duque de Montpensier, hijo del rey de Francia. María Cristina se derrumba. Para ella antes que España están sus hijos. Dejando tan bien casada a Luisa Fernanda, podrá dedicar toda su atención a los hijos que tiene con Muñoz. Pone sólo una condición: que la boda de Luisa Fernanda con Montpensier se celebre el mismo día de la de Isabel con Francisco de Asís.
Ya se han puesto todos de acuerdo, pero Isabel ¿qué dice?. Por fin, su madre la pone al corriente de todo y le pide su consentimiento para esa boda. Y entonces se produce el estallido.
Isabel se niega en redondo. Llora, grita, patalea y afirma rotundamente que jamás se casará con Francisco, que antes abdicará de la corona que casarse con él.
Y entonces interviene sor Patrocinio, la monja de las llagas, con toda su aureola de santa y de milagrera, se revela como la más decidida partidaria del matrimonio de Isabel con Francisco y hace uso de todo su irresistible poder de persuasión para convencer a Isabel, asegurándole que Francisco, a pesar de sus apariencias, es un hombre enérgico y muy serio. Sor Patrocinio da toda serie de razones, razones de Estado, argumentos religiosos... y la pobre niña comienza a ceder poco a poco. Ella que a sus quince años, se sentía fuertemente impresionada por los buenos mozos.
En agosto de 1846, Isabel declaró al Consejo de Ministros que aceptaba como esposa a Francisco de Paula. El 10 de octubre de 1846, día que Isabel cumplía 16 años, se celebró el doble matrimonio de Isabel con Francisco de Asís y de la infanta Luisa Fernanda, a la que faltaban todavía 3 meses para cumplir 15 años, con el duque de Montpensier. La madrina de ambas bodas fue María Cristina. El pueblo de Madrid se entusiasmó con los festejos que acompañaron a la boda. Las fiestas duraron diez días, hubo fuegos artificiales, corridas de toros, se repartieron 45.000 pesetas entre los pobres y se pusieron toneles de leche y de vino en la Plaza Mayor, como regalo para el pueblo.
En la noche de bodas entre Isabel y Francisco, hubo una nota cómica de mal augurio. El clásico ¡al fin, solos! Se convirtió esta vez en una risotada de Isabel, que con su habitual gracejo dijo a su marido:
-"
Pero Paco, si llevas más encajes y puntillas que yo…"
Sería el prolegómeno de un funesto enlace que tendría una influencia decisiva en los destinos de España.