sábado, 30 de noviembre de 2019

Cuestionario Capítulo VII

CUESTIONARIO. CAPÍTULO VII: GOBIERNOS DE NARVÁEZ (1848-1851) Y BRAVO MURILLO

61. En qué año prenden diferentes movimientos revolucionarios en toda Europa. Coincide con la publicación ¿de qué famoso libro de M.. ..x y E.. .. .. ..s?
62. "Narváez ordenó diezmar los prisioneros" ¿En qué consiste eso de "diezmar"?
63. ¿Cómo se denominó el intento del conde de Montemolín de hacerse con el trono de España? ¿Cuándo fue?
64. ¿Con quién tuvo su primer hijo Isabel II?
65. ¿Cuál fue y cuando se abrió la primera línea de ferrocarril DE España?¿Y EN España?
66. ¿Quién es el gran constructor de ferrocarriles en ese periodo?
67. ¿Quién provoca la caída de Narváez?
68. Cómo se llaman los cuatro generales que más importancia política van a tener durante el reinado isabelino? ¿A qué ideología pertenecen?
69. ¿Qué es el Concordato? ¿Qué regulaba el citado acuerdo?¿Qué Papa lo firmó?
70. ¿Quiénes parece que eran los padres de “La Chata”?
71. ¿Qué hizo Martín Merino Gómez? ¿Cómo se justificaba?
72. ¿Cuáles fueron los principales logros de Bravo Murillo?¿Quién provocó su caída del poder?

Capítulo VII. Gobiernos de Narváez y Bravo Murillo

CAPÍTULO VII: GOBIERNOS DE NARVÁEZ (1848-1851) y BRAVO MURILLO

BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria
1848 es el año en que se desatará sobre Europa la gran tormenta revolucionaria que hará temblar a las más sólidas monarquías.  En febrero de 1848, el huracán revolucionario arroja del trono de Francia a Luis Felipe.  El 7 de mayo estalló el movimiento revolucionario en Madrid pero a Narváez le bastaron tres horas para aplastar la revolución. El espadón de Loja se mostró implacable en la represión. Ordenó diezmar los prisioneros y más de dos mil sospechosos fueron deportados en masa a Canarias, Fernando Poo, Islas Marianas, etc.  Además, considerando que detrás de los disturbios había estado Inglaterra, llamó al embajador Bulwer y le entregó los pasaportes. La ruptura con Inglaterra era un hecho.
Coincidiendo con el aplastamiento de la revolución, tuvo lugar -23 de junio de 1848- la entrada de Cabrera en Cataluña, al frente de 1000 hombres que, al prestigio de su nombre, pronto fueron 10000. Las fuerzas de Cabrera parecieron animar a los carlistas, que desde 1846 y a raíz del fracasado intento de matrimonio entre el conde de Montemolín e Isabel II se habían levantado en Cataluña en la llamada “guerra de los matiners”. Cabrera comenzó venciendo en Aviñó y Pasteral, mas al darse cuenta de que tenía que actuar solo y que faltaba ambiente y entusiasmo para sostener una guerra, se volvió a Francia. A principios de 1849 el conde de Montemolín decidió pasar a Cataluña a fin de reanimar a sus partidarios, pero fue detenido en la frontera por los aduaneros franceses. En mayo de 1849, Cataluña estaba completamente pacificada. Había terminado la para algunos llamada Segunda Guerra Carlista, o más comúnmente Guerra de los Matiners.
Al año de haberse hecho cargo del gobierno Narváez, el balance era claramente favorable hasta el punto de que Isabel, Francisco de Asís y María Cristina se pusieron de acuerdo para pagar al general los servicios prestados y la generosa Isabel le dio, de su peculio particular, ocho millones de reales.
En medio de la seguridad y de la tranquilidad que daba al país el gobierno de Narváez, la irreflexiva Isabel podía dar rienda suelta a sus caprichos.  La alcoba real era un semillero de obstáculos para el gobierno.  Ahora el favorito era el marqués de Bedmar. Todo fue bien hasta que a Bedmar le dio por meterse en política y pretendió nada menos que derribar a Narváez.  Este, ni corto ni perezoso, lo desterró de España y Bedmar se refugió en Biarritz.  Al cabo de poco tiempo, regresó disfrazado y gracias a los buenos oficios del conde de Cumbres Altas, Bedmar pudo refugiarse en palacio, en un cuarto situado bajo las habitaciones de la reina, con las que se comunicaba por una escalera oculta.
Cuando Narváez se enteró, su reacción fue fulminante.  Se presentó ante Isabel y la conminó a que hiciera salir inmediatamente a Bedmar de su escondite.  La joven soberana -18 años- que se hallaba en el momento álgido de su idilio con Bedmar, se negó rotundamente y el espadón tuvo que apelar a su acostumbrado recurso: presentar la dimisión.  Hubo de intervenir María Cristina y al final Isabel tuvo que aceptar el destierro de Bedmar. Narváez no estaba dispuesto a soportar más enredos de esta clase, pero la castiza Isabel pudo quitarle el malhumor, con su irresistible simpatía:
-“Pero, Ramón, ¿cómo te vas a ir? Ya sabes que eres indispensable.”
Don Ramón Mª Narváez, duque de Valencia, se halla en la cúspide del poder y a su sombra Isabel vive tranquila y satisfecha.  Su idilio con Bedmar, que ha durado dos años, va tocando a su fin.  Isabel comienza a fijarse en un joven capitán.  Se llama don José María Ruiz de Arana, hijo del conde de Sevilla la Nueva, al que en palacio se conoce por pollo Arana.  Corre la voz de que la reina está encinta y, efectivamente, el 11 de julio de 1850, Isabel dio a luz el primero de sus diez hijos, Fernando, que nació con síntomas de asfixia y solo vivió lo suficiente para recibir las aguas bautismales.  Con este alumbramiento de Isabel, la influencia del pollo Arana creció hasta las nubes.  Se le consideraba más afortunado que Serrano, Mirall y Bedmar; a nadie se le ocurría pensar en Francisco de Asís.
Era ya de dominio público la conducta de la reina. Isabel no era santa, pero era popular. A pesar de su ligereza e irresponsabilidad el pueblo veía en Isabel a una reina generosa, campechana y castiza.
De todas formas, en el turbulento periodo isabelino, el pueblo, en gran parte analfabeto, fanático y supersticioso, lo mismo se dejaba guiar para matar frailes e incendiar conventos, que para gritar “vivan las caenas y morir por un régimen reaccionario y teocrático.  Después de tres siglos de Inquisición, los españoles carecían en absoluto de conciencia política; el caos político era tan solo consecuencia casi obligada.
Sin embargo, en otros aspectos, había señales de transformación.  Renacían la industria y el comercio y el gobierno, por su parte, fomentaba las obras públicas. El 24 de octubre de 1848 se había inaugurado, entre Barcelona y Mataró, el primer ferrocarril en España, y el 7 de febrero de 1851 el ferrocarril de Madrid a Aranjuez.  Fue obra de José de Salamanca, el gran propulsor de los ferrocarriles en España. El ferrocarril de Madrid a Aranjuez fue inaugurado solemnemente por Isabel II.  El vagón de la reina era más lujoso que el de la reina Victoria de Inglaterra; Salamanca lo había hecho todo a lo grande.  El tren llegaba hasta la misma escalinata del palacio real de Aranjuez y los últimos cien metros de vía eran de plata. Pero todo este lujo y este fausto ¿no eran impropios de una nación que adolecía de una endémica bancarrota oficial?. Posteriormente esta línea Salamanca se lo vendió al Estado en 60 millones de reales, tendiendo después la línea de Aranjuez a Alicante que, en esta ocasión, vendió a Rothschild en 131 millones de pesetas.  Construyó luego las líneas de Madrid a Zaragoza y de Zaragoza a Alsasua por Pamplona.  Salamanca construiría líneas de ferrocarril también en Portugal, en Italia y hasta en los Balcanes.  Sólo perdió dinero en los ferrocarriles de los Estados Pontificios, pero el Papa, en cambio, le concedió una bula por la que quedaba exento de guardar vigilia.
Aunque el gabinete de Narváez sufrió un rudo golpe cuando, en noviembre de 1850, dimitió Bravo Murillo, ministro de Hacienda, fue Maria Cristina quien provocó el defenestramiento de Narváez.
La nefasta María Cristina, que considera a España como una propiedad particular que puede explotar y exprimir a su gusto, tiene la pretensión de que a los hijos que tiene de su matrimonio con Muñoz se les conceda el título y los privilegios de infantes de España.  Narváez, al oírlo, se subleva, considera indecorosa tal pretensión y se opone rotundamente.
La insaciable napolitana juzga que tendrá que chocar muchas veces con Narváez y decide derribarlo.  Presiona a su hija para que le aleje del poder y ante las protestas de Isabel, le replica que escoja entre ella, su madre, o el duque de Valencia. La reina no sabe como resolver aquel problema y le expone francamente la situación a Narváez.  Éste, siempre expeditivo, le ofrece una solución radical: que María Cristina y Muñoz salgan inmediatamente de España y se marchen a París. Isabel se debate en un mar de dudas, ella no puede expulsar a su madre.
-“Muy bien –dice Narváez-; entonces me marcharé yo
El hombre que nunca ha temido enfrentarse a todo y a todos, deprimido y amargado, se bate en retirada ante las camarillas de la corte. El 10 de enero de 1851 deja el poder y se marcha a París.

 El 14 de enero de 1851 formó ministerio Bravo Murillo (el número 26 del reinado de Isabel), y este hecho podía revestir una importancia especial. Desde la terminación de la guerra civil, la dirección de la política había estado en manos del ejército. Incluso eran los generales quienes acaudillaban los dos grandes partidos políticos: Espartero el progresista y Narváez el moderado. En cierto modo fue una obligada necesidad. Porque se ha de reconocer que, descontando a Espartero, el menos capaz de todos ellos, los generales-políticos de aquel periodo, Narváez, O’Donnell y Prim, eran muy superiores como estadistas a los políticos civiles de su tiempo, si se exceptúa, tal vez a Bravo Murillo.
Bravo Murillo se sentía animado por un impulso creador y aquel año de 1851 fue uno de los más fecundos del reinado de Isabel. En mayo dieron comienzo los trabajos de canalización del Ebro y los trabajos de amejoramiento de las fortificaciones del castillo de la Mola, en Mahón, base naval de las Baleares.  En agosto se puso la primera piedra de una obra de vital importancia: el canal de Isabel II que llevaría a Madrid las aguas del Lozoya.  Otro de sus grandes proyectos era el arreglo de la Deuda Pública, que se llevó a cabo el 1 de agosto de 1851, unificándola al 3% y quedando dividida en Deuda del Estado (Perpetua y Amortizable), Deuda del Tesoro y Deuda de Obras Públicas.
Abordó también el tema de las relaciones Estado-Iglesia y fue el artífice del Concordato de 1851. El concordato reconocía a la religión católica como única en España, con exclusión de todo otro culto, poniendo la enseñanza, tanto de las escuelas públicas como privadas, bajo la vigilancia de los obispos.  Se fijaba además la dotación el Estado a los miembros del clero secular, desde 2.200 reales a los curas rurales, hasta 160.000 a las altas jerarquías.  Se le reconocía a la Iglesia el derecho de adquisición de bienes.  La Iglesia, a cambio de tanta concesión, se limitaba a reconocer el derecho de posesión de los compradores de los bienes eclesiásticos, lo que equivalía a dar estado legal a la expropiación y venta de las propiedades eclesiásticas realizadas durante la desamortización de Mendizábal.
Este concordato, claramente favorable a la Iglesia provocó la indignación de progresistas, masones y otros grupos anticlericales.
Al margen de las luchas políticas, el pollo Arana seguía reinando como favorito, e Isabel se encontraba de nuevo en estado de buena esperanza en la que fue, tal vez, la época más feliz de su vida.
La noche del 19 de diciembre de 1851 estaban reunidos en palacio, ministros, autoridades, jerarquías eclesiásticas y grandes de España, esperando el nacimiento de un heredero de la corona. El parto fue feliz y sin complicaciones, pero el desencanto fue general, al frustrarse el deseo de que la corona española tuviese un heredero; Isabel había dado a luz una niña.  El ocurrente general Castaños, resumió el sentir de todos con estas palabras:
-“¡Vaya por Dios! Mala noche y parir hembra.”-
La recién nacida sería la popular infanta Isabel, familiarmente la Chata. Francisco de Asís parece asumir gozosamente su paternidad y diríase que se ha olvidado de querer colgar del balcón a todos los amantes de Isabel. Ahora se le guardan las debidas consideraciones y una suculenta suma por el empleo de rey consorte; dos millones cuatrocientos mil reales al año. Aunque, siempre mezquino y egoísta, no dudará en llegar en los sucesivos partos de Isabel, a negarse a presentar –como es tradición- el recién nacido en la consabida bandeja de plata, si no se le abonaba una determinada suma.
El 2 de febrero de 1852 hizo la reina su primera salida después del parto, para dirigirse a la basílica de Atocha. De pronto se adelantó un cura flaco, canoso y de aspecto miserable, que hizo ademán de entregarle unos papeles.  Isabel se detuvo, preguntándole que quería. Entonces el cura, sacando un cuchillo de la sotana, le asestó una puñalada en el costado. Isabel dio un grito y en medio de la confusión el coronel de alabarderos, don Manuel Mencós, cogió a la infantita, alzándola en sus brazos para protegerla; esto le valdría el título de marqués del Amparo. Otro alabardero derribó al agresor y le quitó el cuchillo, pero esto no le valió ningún título.
El cura que intentó asesinar a la reina se llamaba Martín Merino Gómez, de 63 años y natural de Arnedo e hizo gala de una sangre fría y una mordacidad extraordinarias durante el juicio. Manifestó que realizó el atentado para lavar el oprobio que significaba para la humanidad la tiranía de los reyes. Fue degradado por el obispo y condenado a garrote vil y en vez de recibir sepultura fue quemado y aventadas sus cenizas. (Y aun tuvo suerte de que no le pasara lo que a Robert François Damiens, cuando hirió levemente a Louis XV de Francia.  Aviso: ¡No es agradable! ¡No lo leas si eres muy sensible!)
Isabel se repuso muy pronto y el 18 hizo su salida oficial a la basílica de Atocha.  En recuerdo del nacimiento de la infantita Isabel, se construyó el hospital de la Princesa, en la calle de Areneros.
Bravo Murillo, tan infatigable trabajador, no está dotado para ser dirigente político. Se ha enemistado con el ejército al intentar reducir sus gastos, no ha tenido habilidad para imponer su jefatura civil en el partido liberal moderado, que sigue dirigiendo –desde Bayona- Narváez, y comete su más grave error al intentar reformar la Constitución de 1845 en un sentido todavía más absolutista, que siendo ya tildada por los progresistas de reaccionaria no conciben que Bravo Murillo la quiera modificar en sentido más reaccionario todavía.  A todo esto, se suma que los ataques más duros y las más alevosas zancadillas parten de palacio.  Ante esta situación  el 13 de diciembre de 1852 presenta su dimisión. Y es sustituido por el general Roncali.
Parece que tuvo que dimitir por no plegarse a la voluntad del pollo Arana, que se encontraba entonces en el apogeo de su influencia y quería pasar a gallo dominante. Pero en esto topó con Francisco de Asís.  El rey consorte creyó hallar entonces una inmejorable ocasión de desquite
-“Isabelita –le dijo un día venenosamente a su mujer- el pollo Arana te la pega
No es de extrañar que Francisco de Asís no inspirase el más mínimo respeto a nadie y que en un diario madrileño apareciese, años después, la siguiente coplilla:
Paco Natillas
Es de pasta flora
Y mea en cuclillas
Como una señora.
Al anodino Roncali se sucedió el no menos anodino general Lersundi que duró hasta septiembre de 1853, que fue sustituido por don Luis José de Sartorius, conde de San Luis
Con gobiernos complacientes, ante el temor de ser destituidos, Isabel libre de preocupaciones, vivía feliz y contenta en medio de sus diversiones, bailes, teatros, etc.  Isabel derrochaba el dinero, no solo en su persona, sino también con los demás, haciendo regalos verdaderamente regios.  Para ella el dinero carecía de valor.  Al comenzar su reinado se le calculaba una fortuna que se acercaba a los mil millones de pesetas; al morir había quedado reducida, incluyendo el valor de las joyas y objetos de arte, a unos quince millones.
El 5 de enero de 1854 dio a luz una niña, que no vivió más que dos días. Tenía veintitrés años y una exuberante vitalidad.  Estaba siempre dispuesta a reincidir en sus ligerezas y en sus embarazos… pero era también muy religiosa. En Semana Santa no faltaba al tradicional lavado de los pies a los doce pobres, a los que luego servirían la comida; Francisco a las mujeres e Isabel a los hombres. Lo hace con gusto, con generosidad, con aquella campechanía que no le abandonaba nunca. Lo hará además vestida regiamente, con una diadema y un aderezo de diamantes y esmeraldas. Al inclinarse para servir a uno de los pobres, se desprende una piedra preciosa y cae al plato.  El pobre la coge, azorado, para dársela, pero Isabel, con gracia y sencillez, le dice:
-“Guárdatela; te ha caído en suerte.”
Es buena por naturaleza.  Isabel no miente cuando dice que su mayor deseo es hacer la felicidad de todos los españoles.  Y si esto fuera cuestión de dinero lo derrocharía a manos llenas. Lo malo es que gobernar es mucho más complicado que repartir dinero. ¡Cuantos problemas! ¡Cuántas dificultades y disgustos! Hoy gobiernan los moderados, mañana los progresistas. Ahora se subleva un general, luego otro. Le aconsejan una cosa y la contraria. Isabel no comprende nada de todo eso.  No llega a percibir, ni siquiera vagamente, que durante su reinado se está librando una pugna terrible, una lucha implacable  entre la reacción y el progreso. Piensa en lo feliz que hubiera sido reinando en una época de paz y sosiego. En cambio ahora tiene que vivir con la amenaza constante de la revolución. ¿Cómo pueden gustar a nadie las revoluciones? Con lo bonito que sería vivir rezando y divirtiéndose…

jueves, 21 de noviembre de 2019

Cuestionario. Capítulo VI

CUESTIONARIO. CAPÍTULO VI. DESAVENENCIAS MATRIMONIALES Y REGRESO DE NARVÁEZ.

54. ¿Qué proyecto albergaba María Cristina para su hijo el duquesito de San Agustín?
55. ¿Qué personaje, uno de los hombres más ricos de España, entra en escena durante esta época? ¿Cómo había amasado su fortuna?
56. ¿Qué era el Lhardy?
57. ¿Quién fue el primer privado –amante- de Isabel?
58. ¿Qué opinión le merecía a Francisco de Asís?
59. ¿Quién fue Mirall?
60. ¿Cómo reaccionó el general bonito?

Capitulo VI. Desavenencias matrimoniales y regreso de Narváez.

CAPÍTULO VI: DESAVENENCIAS MATRIMONIALES Y REGRESO DE NARVÁEZ.
BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria
Las dos principales preocupaciones de María Cristina consistían en aumentar su fortuna personal y en dar un pingüe porvenir a los hijos que tenía con Muñoz. Aprovechando la presencia en Madrid del general ecuatoriano Flores, que había sido derribado por una revolución del gobierno de su país, María Cristina concibió el proyecto de que su hijo el duquesito de San Agustín, de la mano de Flores, fuese coronado rey en el Ecuador, para lo cual ofreció a Flores 2.000 soldados, dinero y material de guerra.

Cuando trascendió este descabellado asunto, hubo en España una oposición unánime e incluso reclamaciones extranjeras. Todo lo atropellaba María Cristina en aras de su egoísmo.

Tras la doble boda y la salida de Narváez del poder, la política española solo ofrecía gobiernos débiles e inestables: el 28 de enero de 1847 cayó el gabinete de Istúriz, reemplazado por el duque de Sotomayor, que duró dos meses, siendo sustituido por Pacheco, que dio la cartera de Hacienda a don José de Salamanca, que hizo su aparición en el firmamento político español. El malagueño Salamanca era una de las personalidades más fuertes de aquella época. Siendo todavía muy joven fue alcalde de Monóvar cuando la peste asoló a esta localidad. Salamanca se desvivió por atender a los enfermos y él mismo cayó víctima de la epidemia. Se le dio por muerto, se le amortajó y se le colocó en el ataúd. Cuando estaban a punto de cerrarlo recobró el conocimiento y se incorporó, ante el sobresalto de todos los presentes. Sin gestos ni alborotos, Salamanca les dijo muy cortésmente:

- “Ustedes perdonen, señores, pero habrá que dejarlo para otra vez

Salamanca hizo una de las mayores fortunas de España, primero con el arriendo del Estanco de la Sal y después con la concesión del ferrocarril de Madrid a Aranjuez.

El 4 de mayo de 1847 Isabel sufrió su primer atentado. Yendo en coche descubierto por la Puerta del Sol le fueron hechos dos disparos que le rozaron la frente, dejándole la huella de los fogonazos. Detenido como sospechoso un abogado de Compostela se le juzgó y aunque no pudo probársele nada, fue condenado a muerte. Intervino Isabel y se le impuso una pena de veinte años, conmutada después por una de cuatro y, finalmente indultado.

La popularidad de Isabel era por entonces inmensa, pero ya empezó a dar muestras de la más alarmante irresponsabilidad, con su conducta frívola y ligera, sin que le preocupara lo más mínimo el prestigio del trono, ni el respeto y el decoro de su persona. Daba la impresión de que con su alocado proceder quería echar en cara su culpabilidad a los responsables de aquel inhumano enlace matrimonial.

Comenzó a frecuentar los reservados del Lhardy, lugar de cita y diversión de la gente elegante. En Aranjuez, solía aprovechar para perderse con Serrano, el general bonito, por las espesuras y rincones del jardín llamado Laberinto.

¿Qué hacía entretanto Francisco de Asís? Pues el rey consorte mantenía acaloradas discusiones con su suegra María Cristina la cual, no pudiendo soportar a su yerno, un día le dijo que no era merecedor de compartir el lecho con su hija. Francisco de Asís, muy digno, mandó sacar su cama de la alcoba real y trasladarse a El Pardo. María Cristina, por esta y otras causas se marchó a París.

A Isabel le recomendaban que solicitase el divorcio, basándose en la impotencia de Francisco. Consejo inadmisible, pues había que comprobar que no se había consumado el matrimonio y que Isabel conservaba su doncellez. Esto último algo difícil, llevando la vida que llevaba.

El gobierno de Pacheco intentaba presionar para que Francisco volviera al lado de la reina, pero él, dando, lo que creía, un ejemplo de energía se oponía:

- “Se ha querido ultrajar mi dignidad de marido. Puesto que nuestro matrimonio ha sido por razones de Estado, yo he estado siempre dispuesto a disimular, pero Isabelita no ha sabido cumplir con ese deber. Yo me casé porque debía casarme, porque el oficio de rey tiene sus ventajas y yo no iba a tirar por la ventana la ocasión que me brindaba la fortuna. Para mí no hubiera sido enojosa la presencia de un privado. Hubiera tolerado a Serrano si se hubieran guardado las formas, pero lo aborrezco porque me ha faltado al respeto. Serrano es un pequeño Godoy, pero sin clase. No sabe guardar las formas, porque lo primero que hizo Godoy para alcanzar los favores de mi abuela, fue ganarse a Carlos IV

Pacheco se quedó de piedra.

Narváez desde París observaba estas vergonzosas escenas y tras reconciliarse con María Cristina, el jefe de los moderados se presentó en Madrid a finales de agosto de 1847, cuatro días antes de que Pacheco presentara la dimisión. Más, ante la sorpresa general, no fue a Narváez a quien se encargó la formación de gobierno, sino a Salamanca que se había ganado la confianza de Isabel con el dinero que le había hecho ganar en la Bolsa. Salamanca, muy inteligentemente, no quiso ocupar la cabecera del gobierno cediéndoselo a su amigo don Florencio García Goyena y reservándose para sí mismo la cartera de Hacienda.

Desde este segundo plano, Salamanca era quien de hecho gobernaba en España. Lo primero que intentó es “sencillamente” que Isabel se divorciase de Francisco de Asís y se casase con el conde de Montemolin. También se propuso acabar con la privanza de Serrano, sustituyéndole con el cantante Mirall, bajo de impresionante voz y apuesta figura. Música y buena planta, dos cosas a las que Isabel se ha mostrado siempre muy sensible. Serrano, despechado y para vengarse se unió a Narváez, y éste, en aquellas circunstancias juzgó conveniente olvidarse de que el fusilamiento de Serrano era uno de los puntos fundamentales de su programa.

Con este apoyo, el 4 de octubre de 1847, (hacía apenas un mes que se había formado el gabinete García Goyena-Salamanca) estando los ministros reunidos en Consejo entró el espadón de Loja, sólo, en el despacho y sin más preámbulos les dijo:

-“Señores; por real orden quedan ustedes exonerados de sus funciones”

Don Patricio de la Escosura, apoyado por García Goyena protesta enérgicamente. Narváez se siente generoso y hace una concesión:

“De acuerdo, señores; en vez de quedar exonerados, pueden ustedes presentar su dimisión.”


Salamanca no dice nada. Una emisión de títulos por valor de cincuenta millones de reales al 3% para pagar los atrasos que se le deben a la reina y de los que él espera sacar una buena tajada, está muy caliente y se marcha sin hacer ruido.

Las primeras medidas de Narváez son nombrar ministro de Hacienda a Bravo Murillo y hacer venir de Francia a María Cristina. Para restablecer la armonía en palacio aleja a Serrano, nombrándole capitán general de Granada. Esta noticia la acoge el rey consorte con evidente satisfacción. Entre esto y que Narváez le garantiza que en la corte nadie le faltará al respeto, ni siquiera el favorito de turno, Francisco de Asís queda convencido y regresa a palacio, donde es recibido por los ministros con cierta solemnidad. A pesar de todo, Francisco se instala en su habitación, no en el de la reina. De todas formas, si la disputa ya era un hecho de dominio público, la reconciliación, al menos oficialmente, del matrimonio real lo es también.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Cuestionario. Capítulo V

CUESTIONARIO. CAPÍTULO V: EL GOBIERNO DE NARVÁEZ Y LA BODA DE ISABEL II

43. ¿Después de Espartero hubo algún otro regente? ¿Por qué?
44. ¿En qué periódico de la época se denominaba a María Cristina “ilustre prostituta?
45. ¿Cuál fue la principal aportación del gobierno de González Bravo? ¿En qué año?
46. ¿Dónde veraneaba Isabel y la corte? ¿Puedes contar alguna anécdota del veraneo de la reina?
47. ¿Qué conflicto con Inglaterra y Francia suponía el matrimonio de la reina Isabel?

48. ¿Quién era el conde de Montemolín?
49. ¿Qué persona influyó decisivamente en la aceptación de Isabel a casarse?
50. ¿Qué doble matrimonio se celebró el 10 de octubre de 1846?
51. ¿Quién era el padre del marido de Isabel? ¿Quiénes eran los hermanos mayores del padre del marido de Isabel? ¿Por qué razón este personaje había sido apartado de la sucesión a la corona? (Consulta el enlace en el texto)
52. ¿Cómo llamaba el pueblo cariñosamente a Isabel? ¿Y a su marido, no tan cariñosamente?
53. ¿Qué problema físico tenía el marido de Isabel II, que le obligaba a orinar sentado? ¿Qué coplilla se cantaba en Madrid sobre este hecho?

Capítulo V: Gobierno de Narváez y boda de Isabel II

CAPÍTULO V: EL GOBIERNO DE NARVÁEZ Y LA BODA DE ISABEL II
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria

Al caer Espartero, quedó España sin regencia y sin gobierno. Esta última cuestión se resolvió inmediatamente poniendo en el gobierno a José María López. En cuanto a la regencia, se acordó que lo más acertado era dar por terminada la misma, para lo cual se adelantaría la proclamación de la mayoría de edad de Isabel.

Se convocaron elecciones, que dieron un número casi igual de progresistas y moderados. El 8 de noviembre reunidos el Senado y el Congreso en asamblea general, votaron la mayoría de edad de Isabel, que acababa de cumplir trece años. A la edad en que otras niñas juegan con sus muñecas, Isabel tenía que ejercer las funciones reales y nombrar primeros ministros. Mas ¿Qué responsabilidad se le puede exigir a una reina de trece años? Es demasiado joven todavía para que pueda interesarle la política. No obstante, a sus trece años, comienza a fijarse en la presencia física de los personajes que le rodean y hay dos que ejercen sobre ella una indudable atracción: el seductor Olózaga y el joven general Serrano, a quien Isabel, todavía ingenua, no se recata en llamar el general bonito.

Olózaga fue nombrado presidente del nuevo gobierno, pero durante este tiempo el verdadero hombre fuerte de España era, sin embargo, Narváez, hombre seguro de sí mismo, de decisiones rápidas y tajantes. Buen general y de reconocido valor personal es, por encima de todo, político y hombre de estado. Sus enemigos así lo reconocían y pensaron que sólo por medio de un atentado personal podrían deshacerse de él. El 6 de noviembre, yendo al teatro en una berlina acompañado de Bermúdez de Castro y el coronel Baseti, en la calle del Desengaño, dos individuos envueltos en capas y con sombrero calañés dispararon sus trabucos contra el carruaje matando a sus dos acompañantes. Narváez, con su acreditado valor, en vez de ordenar al cochero que acelerase mandó parar la berlina y descendió del vehículo para enfrentarse a sus agresores, pero éstos ya habían desaparecido. Narváez, el “espadón de Loja fue el único que salió ileso y su fama reforzada.

Un oscuro asunto sobre una ley de disolución de las Cortes que Olózaga supuestamente forzó de modo violento a firmar a Isabel II, fue el motivo de la dimisión de éste. La acusación era una sarta de falsedades, algunas demasiado burdas –la propia Isabel explicó que Olózaga la había encerrado bajo llave hasta que firmara…cuando la puerta de la sala en cuestión ¡no tenía cerrojo! Pero Olózaga tuvo que darse por vencido y huir a Portugal. A los trece años, acababa de dar Isabel pruebas concluyentes de la irreflexión, la ligereza y la irresponsabilidad que presidirían todos los actos de su vida.

A Olózaga le sustituyó González Bravo. Y este comenzó a preparar el regreso a España de María Cristina pues los generales opinaban que la reina debería tener a su lado el apoyo y los consejos de su madre. ¡Qué ironía, que fuera precisamente González Bravo el que inició los trámites para el regreso de María Cristina, puesto que el mismo que en el periódico “El Guirigay” había llamado a María Cristina “ilustre prostituta”, firmaba el decreto en que se autorizaba su regreso a España llamándola “ilustre desterrada” y convirtiendo a su marido Muñoz, en ¡Duque de Riánsares y grande de España!

La principal función de González Bravo como jefe del gobierno, fue el mantenimiento del orden público y su obra más destacada fue la creación de la Guardia Civil

Curiosamente el regreso de María Cristina supuso la caída del hombre que posibilitó su vuelta. En efecto, una tarde, al entrar María Cristina en sus habitaciones, vio una primorosa caja de ignorada procedencia. La caja contenía una colección completa de “El Guirigay”. Allí aparecía todo el pasado revolucionario de González Bravo y allí pudo comprobar que el presidente de gobierno le había llamado, en letras de molde, "prostituta". Desde aquel momento la situación se hizo insostenible y el 3 de mayo González Bravo presentó la dimisión, haciéndose cargo del decimoséptimo gobierno de Isabel, el general Narváez.

El programa de Narváez es claro: mantener el orden y acabar con las agitaciones. Narváez, hombre práctico y sincero liberal, desearía implantar en España una democracia al estilo de la británica pero sus procedimientos rígidos le valdrán el sobrenombre de el "espadón de Loja" pues en él convergen el parlamentarismo y la dictadura.

Narváez confió la cartera de Hacienda a don Alejandro Mon, buen economista que debía capear con un déficit de 500 millones y una absoluta falta de crédito en el extranjero debido a la endémica bancarrota estatal. Mon emprendió la reforma del sistema tributario y el recorte del 37% al 28% de los gastos militares. Se trabajaba también en una nueva Constitución. En Europa se decía que España era la nación que más constituciones promulgaba y que menos constituciones cumplía. Ahora se presentaba la de 1845, que era la de 1837 algo modificada. Esta nueva Constitución provocaría la escisión en el partido liberal moderado, formándose el grupo llamado de “los puritanos”


María Cristina había traído en su equipaje un delicado problema sin resolver: el de su matrimonio con Muñoz. Y quien tenía que solucionarlo era la pequeña Isabel, que después de la tropa de hermanastros que le había caído en suerte, se entera que Roma había hecho saber a la viuda de Fernando VII que su precipitado enlace no era válido ni en lo religioso ni en lo civil. Y ahora se daba el curioso caso de que la hija tuvo que regularizar la situación de su madre, legalizando civilmente el matrimonio, por medio de un decreto del 10 de octubre de 1844, firmado por Isabel II y en el que además convertía a su padrastro Muñoz, en el excelentísimo señor don Fernando Agustín Muñoz, duque de Riánsares y Grande de España!

No todo era trabajo para Isabel y su familia. El 2 de agosto comenzaron sus vacaciones en San Sebastián, donde a pesar de llegar a las dos de la madrugada, les esperaba un gran gentío, que les hizo un cariñoso recibimiento. El día 4 comenzó a tomar baños de mar, para lo cual se construyó en la playa de la Concha, una caseta con ruedas que se desplazaba hasta el mar, curioso artefacto que despertó el asombro de los tranquilos donostiarras. A la una del mediodía siempre había una curiosa multitud contemplando el baño de la reina. Por la tarde acostumbraba a hacer excursiones por las poblaciones de los alrededores sin escolta alguna. Durante su estancia también acudieron a Mondragón a tomar las aguas de Santa Águeda, y a Pamplona. El 13 de septiembre regresaron a Madrid.

En octubre de 1845 cumpliría Isabel 15 años y la que más tarde se convertiría en una mujer obesa y exuberante, era por entonces una espléndida muchacha de enorme vitalidad, pero sumamente desaplicada en sus estudios, en los que no hizo ningún progreso. De escasa cultura y con un total desconocimiento de la ortografía, en lo único que destacó fue en música y canto. Era muy aficionada a los juegos, a montar a caballo, a los bailes y al teatro. Pero las dos cosas que principalmente atraían a Isabel eran la música y los buenos mozos. Su ocurrente gracejo y su campechanía le ganaban la simpatía de todos y el pueblo madrileño no tardaría en llamarla la reina castiza.

Había que abordar el espinoso asunto del matrimonio de Isabel. El esposo de Isabel se convertiría automáticamente en rey consorte de España. Y éste era el motivo de que la boda de la joven soberana figurase como una candente cuestión internacional. El embajador francés Bresson, utilizando el telégrafo óptico de Behobia, pudo transmitir a París la siguiente noticia extraída de la intimidad de palacio: “Isabel II ya es mujer desde hace dos horas”

Narváez cree que lo más ventajoso para España es la boda de Isabel con uno de los hijos del monarca francés Luis Felipe, pues proporcionaría España apoyo en el exterior y seguridad en el interior. Sin embargo, Gran Bretaña opuso un veto terminante a ésta elección.

Había otro candidato muy interesante y bien visto por los ingleses: el príncipe alemán Leopoldo de Sajonia-Coburgo, primo del rey consorte inglés Alberto esposo de la reina Victoria. Pero esto no interesaba a Francia. Así las cosas en septiembre de 1845 se entrevistaron en Eu la reina Victoria de Inglaterra y el rey francés Luis Felipe.

Inglaterra no desea un enlace con un príncipe francés, porque no desea correr el peligro de que a causa de una posible herencia familiar, se unan las coronas de Francia y España. Luis Felipe no tiene inconveniente en aceptar el punto de vista inglés, pero tampoco está dispuesta a cogerse entre dos fuegos y pone veto al matrimonio con el príncipe alemán. Ingleses y franceses se ponen de acuerdo para que Isabel se case con un descendiente de Felipe V.

¿Y España? España no tiene voz ni voto en Europa. A España y a Isabel, las más directamente interesadas, ni siquiera se les ha consultado. Y de esta manera el matrimonio de Isabel no será libre. Y la imposición de un marido para Isabel tendrá una enorme trascendencia en el reinado de Isabel y en los destinos de España.

Ciertamente no escasean los candidatos. De momento hay cinco que reúnen el requisito de ser descendientes de Felipe V: los tres hijos del pretendiente Carlos y los dos hijos de los infantes Francisco de Paula y Luisa Carlota; y todos primos de Isabel.

El mejor situado es, indiscutiblemente, Carlos Luis, conde de Montemolín, hijo mayor del pretendiente Carlos (V) (hermano de Fernando VII), quien tras la Primera Guerra Carlista ha abdicado en su hijo todos sus derechos. Alto, de buena presencia, no muy sobrado de inteligencia reúne todas las condiciones pues daría satisfacción a las dos legitimidades enfrentadas en la guerra. Todo el mundo lo apoya..., mas aquí surgió de nuevo el fanatismo para echar por tierra tan beneficioso proyecto.

Los carlistas no aceptaban que la reina Isabel se casara con Carlos, conde de Montemolín. Para ellos la fórmula debía ser que Carlos VI, rey de España, se casaría con Isabel de Borbón.

Las condiciones carlistas eran, evidentemente, inaceptables y Montemolín, y sus dos hermanos don Juan y don Fernando, quedaron descartados de la candidatura a la mano de Isabel.

Quedaban los dos hijos de Francisco de Paula y Luisa Carlota: Enrique, duque de Sevilla y Francisco de Asís, duque de Cádiz. Francisco de Paula, el padre, tenía mucha influencia en ciertos medios. A pesar de ser hijo de Carlos IV y Maria Luisa, y hermano por tanto de Fernando VII y de don Carlos; las Cortes de Cádiz le negaron el derecho a figurar en la línea de sucesión al trono, por considerársele hijo de María Luisa y del favorito Godoy. (Puedes ver el cuadro de Goya "La familia de Carlos IV". En el centro están Carlos IV y Maria Luisa, que lleva de la mano a Francisco de Paula. (Enlace recomendado). A la izquierda del cuadro verás a Carlos, el tío de Isabel y pretendiente carlista, y al que será Fernando VII, padre de Isabel)

Enrique, el hijo mayor, queda descartado por sus ideas revolucionarias. El candidato de Francia es Francisco de Asís, pero ante tal propuesta María Cristina se lleva las manos a la cabeza. Francisco de Asís difícilmente puede despertar el amor y, menos aún, el entusiasmo de ninguna mujer. Es pequeño, delicado, de voz atiplada, gestos amanerados y andares sospechosos. Y muestra una exagerada afición a los perfumes, los encajes y las puntillas. Algunos no se recatan en llamarle Paquita.

María Cristina entonces tiene otra de sus ideas originales y es la de presentar como candidato a la mano de su hija Isabel, a su propio hermano, el conde de Trapani. Esto es un auténtico lío familiar. Porque María Isabel de Nápoles, madre de María Cristina y del conde de Trapani, sería a la vez abuela y suegra de Isabel II y si el matrimonio se celebrase y tuviera hijos, María Isabel sería para ellos abuela y bisabuela, su padre sería a la vez su tío, su abuela ... En fin, el conde de Trapani es absolutamente impopular en España, donde no faltan los que lo retratan como un retrasado mental.

Ante la insistencia de María Cristina en avalar la candidatura de su hermano, Narváez, que podía enfrentarse a la más fiera revolución, no puede luchar contra las maniobras, las intrigas y las zancadillas de la corte y dimite. Le sustituyó el marqués de Miraflores que aguantó 34 días. Hubo que volver a llamar a Narváez y María Cristina lo hizo con los mayores halagos, pero a los diecinueve días Narváez volvió a presentar la dimisión y se marchó a París. Le reemplazó, el 5 de abril de 1846, Istúriz.

Guizot, primer ministro de Luis Felipe, decide poner todo el peso de la influencia francesa a favor de Francisco de Asís. Si Isabel casa con éste, Luisa Fernanda, hermana de Isabel, se casaría con el duque de Montpensier, hijo del rey de Francia. María Cristina se derrumba. Para ella antes que España están sus hijos. Dejando tan bien casada a Luisa Fernanda, podrá dedicar toda su atención a los hijos que tiene con Muñoz. Pone sólo una condición: que la boda de Luisa Fernanda con Montpensier se celebre el mismo día de la de Isabel con Francisco de Asís.

Ya se han puesto todos de acuerdo, pero Isabel ¿qué dice?. Por fin, su madre la pone al corriente de todo y le pide su consentimiento para esa boda. Y entonces se produce el estallido. Isabel se niega en redondo. Llora, grita, patalea y afirma rotundamente que jamás se casará con Francisco, que antes abdicará de la corona que casarse con él.

Y entonces interviene sor Patrocinio, la monja de las llagas, con toda su aureola de santa y de milagrera, se revela como la más decidida partidaria del matrimonio de Isabel con Francisco y hace uso de todo su irresistible poder de persuasión para convencer a Isabel, asegurándole que Francisco, a pesar de sus apariencias, es un hombre enérgico y muy serio. Sor Patrocinio da toda serie de razones, razones de Estado, argumentos religiosos... y la pobre niña comienza a ceder poco a poco. Ella que a sus quince años, se sentía fuertemente impresionada por los buenos mozos.

En agosto de 1846, Isabel declaró al Consejo de Ministros que aceptaba como esposa a Francisco de Paula. El 10 de octubre de 1846, día que Isabel cumplía 16 años, se celebró el doble matrimonio de Isabel con Francisco de Asís y de la infanta Luisa Fernanda, a la que faltaban todavía 3 meses para cumplir 15 años, con el duque de Montpensier. La madrina de ambas bodas fue María Cristina. El pueblo de Madrid se entusiasmó con los festejos que acompañaron a la boda. Las fiestas duraron diez días, hubo fuegos artificiales, corridas de toros, se repartieron 45.000 pesetas entre los pobres y se pusieron toneles de leche y de vino en la Plaza Mayor, como regalo para el pueblo.

En la noche de bodas entre Isabel y Francisco, hubo una nota cómica de mal augurio. El clásico ¡al fin, solos! Se convirtió esta vez en una risotada de Isabel, que con su habitual gracejo dijo a su marido:

-"Pero Paco, si llevas más encajes y puntillas que yo…"

Sería el prolegómeno de un funesto enlace que tendría una influencia decisiva en los destinos de España.