CAPÍTULO X (y último): “LA GLORIOSA” REVOLUCIÓN Y EL DERROCAMIENTO DE LOS BORBONES.
Desaparecidos Narváez y O’Donnell, lo más acertado parecía tratar de ponerse en contacto con Prim y los progresistas, pero en lugar de eso Isabel dio el encargo de formar gobierno a González Bravo aunque esto supusiera renunciar a todo intento de conciliación y ponerse en enemistad con todos. El duque de Sexto, al enterarse de la noticia corrió a ver a la reina con el semblante demudado:
-¿Qué ocurre?- le preguntó Isabel
-Señora- le dijo el duque- acaba Vuestra Majestad de tirar la corona por la ventana.
-¿Qué ocurre?- le preguntó Isabel
-Señora- le dijo el duque- acaba Vuestra Majestad de tirar la corona por la ventana.
Los preparativos de la revolución eran un secreto a voces. Todos lo veían menos aquella Corte inconsciente. El gobierno no vio inconveniente alguno en que la reina saliese de veraneo. Isabel se dirigió a San Sebastián, donde llegó el 11 de agosto a las tres de la mañana. Tres horas después se embarcaba para Lequeitio y aquella misma mañana tomaba su ansiado baño de mar. ¿Quién hablaba de revolución? Su inconciencia le impedía abrir los ojos. Sólo pensaba en que estaba veraneando, se divertía, tenía a su lado a Marfori y era feliz.
Pero mientras tanto Prim, alma y cerebro de la revolución, ha ido atando todos los cabos. Ha conseguido que el almirante don Juan Bautista Topete, jefe de la flota de guerra fondeada en Cádiz se haya sumado a la revolución y avise a los militares y políticos exiliados en Londres de que la escuadra a su mando se halla pronta a secundar el movimiento revolucionario.
Es la noticia que se esperaba. Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla regresan de Inglaterra. El 17 de septiembre llegan a Gibraltar y ese mismo día un remolcador los lleva a Cádiz. Al día siguiente, 18 de septiembre, veintiún cañonazos de la “Zaragoza” con la tripulación formada en cubierta, anuncian la revolución y desembarcan en Cádiz. Ese mismo día se lanza a los cuatro vientos el famoso manifiesto de la “España con honra”, con sus terminantes: “Queremos…”, que firman Serrano, Prim, Topete, Dulce, etc. En uno de los “Queremos…” se aludía claramente a los escándalos y a la vergonzosa influencia de la alcoba real: “Queremos que las causas que influyen en nuestras supremas resoluciones, las podamos decir en voz alta delante de nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hijas”
El mismo18, González Bravo, anonadado con la noticia de que había estallado la revolución presentó la dimisión dando la excusa de la defección de muchos que habían prometido fidelidad al trono, y aconsejó a la reina que diese el poder a un militar. Sin ningún gesto de valor ni de coraje se contentó con marcharse a Francia y reconocer a Carlos VII, afiliándose al carlismo. No puede decirse que los carlistas recibieran un gran refuerzo.
El 19, Isabel encarga el gobierno a don José Gutiérrez de la Concha, marqués de La Habana y dispone el regreso desde San Sebastián a la capital, pero cuando el 22 por la noche Isabel se dispone a tomar el tren, le entregan un telegrama del jefe de gobierno en el que se le advierte de que suspenda el viaje porque la vía está cortada en varios puntos. El desconcierto es general; hay que desistir del viaje. Mas entre aquellas nulidades, hay un hombre audaz, Salamanca, que no cree lo que dice el telegrama y se ofrece para ir conduciendo una máquina exploradora delante del tren real. Pero las camarillas se oponen; la reina no puede correr ese riesgo. No ven, en cambio, el riesgo que corre el trono. Porque renunciar al viaje, ¿no puede costarle a Isabel la corona? Mas ya está decidido; la reina se quedará con Marfori y no irá a Madrid.
El 28 de septiembre se dio la batalla de Alcolea entre las fuerzas leales y las rebeldes mandadas por Serrano, que se saldó con la derrota de aquellas. El presidente de gobierno, Marqués de la Habana, se traslada a San Sebastián a informar a la reina.
El 3 de octubre, Serrano entra victorioso en Madrid donde espera a Prim. Al llegar éste, en compañía de Topete, el recibimiento fue apoteósico. Prim se había convertido en un héroe legendario, se le vitoreaba frenéticamente e incluso se llegó a oír algún grito de: “¡Viva Prim emperador!”. Prim era el gran vencedor. La Gloriosa, (imprescindible verlo) como se llamó a la revolución de 1868, era obra suya.
A Isabel II no le quedaba más solución que expatriarse y escogió Francia como lugar de destierro. A los acordes de la Marcha Real, montó en el tren, acompañada por su marido Francisco, sus hijos y algunos cortesanos. El pueblo donostiarra le vio tomar el camino de destierro con frialdad, lo que hizo exclamar a Isabel: “Creí que tenía más raíces en este país”. En La Negresse le esperaba Napoleón III que estaba veraneando en Biarritz. El emperador francés puso a disposición de Isabel el castillo de Pau, cuna de los Borbones. Allí se alojó aquel mismo día, con la extraña compañía de Marfori, el padre Claret y sor Patrocinio. Francisco de Asís no se quedó; una vez perdida la corona, su matrimonio no tenía razón de ser. Se separaron de mutuo acuerdo y Francisco, en compañía de su amigo Meneses, fijó su residencia en Epinay-sur-Seine, en las cercanías de París.
También Isabel abandonó pronto Pau para instalarse en París, donde Napoleón le cedió un ala del palacio del Louvre hasta que Isabel compró el palacio Basilewski, dandole el nombre de Palacio de Castilla; en el que vivió el resto de sus días. Aún era joven, pues solamente contaba 38 años, pero estaba ya muy gruesa
y algo fofa; no hay que olvidar que había tenido diez partos.
y algo fofa; no hay que olvidar que había tenido diez partos.Así acabó su reinado la que Aparisi Guijarro llamó “la reina de los tristes destinos”. Como reina, tuvo que llevar la corona en la época más turbulenta que ha conocido la España moderna. Pero donde el destino se mostró particularmente cruel con ella, fue en su vida privada. El obligarle a contraer matrimonio a los dieciséis años –excesivamente joven, pero desbordante de vitalidad y de ansias de vivir- con Francisco de Asís, mezquino y misógino e “incapaz de llenar sus deberes de esposo y empeñado, en cambio, en ejercer imaginarios deberes de rey”, fue un golpe brutal e inhumano. Isabel diría más tarde: “Ninguna mujer en el mundo ha sido más engañada que yo en su matrimonio”
El 22 de febrero de 1869 se abrieron las Cortes Constituyentes y el 6 de junio se promulgó la nueva Constitución, que establecía el sufragio universal para los hombres, una sola Cámara elegida directamente y amplias libertados públicas, bajo un régimen monárquico constitucional. Como la revolución había excluido del trono a los Borbones, se buscó un rey extranjero: Amadeo de Saboya, candidato de Prim. De todas formas, la elección había que someterla a la votación de la Asamblea, que tuvo lugar el 16 de noviembre de 1870 con el siguiente resultado:
- Amadeo 191 votos
- República 63
- Montpensier 27
- Alfonso (hijo de Isabel II) 2
Solamente 2 votos obtuvo el hijo de Isabel, el futuro Alfonso XII.
FIN
La Historia continúa... ¡en clase!
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