CAPÍTULO IV: REGENCIA Y CAÍDA DE ESPARTERO
ISABEL II. BIOGRAFÍA DE UNA ESPAÑA EN CRISIS. Jose Mª Moreno Echevarria
La princesita
Isabel, que todavía no ha cumplido diez años, sufre una enfermedad herpética en la piel y le ha sido recomendado por los médicos los baños sulfurosos de
Cestona, en Guipúzcoa, sin embargo, los planes de su madre, la regente María Cristina, son otros y la lleva a tomar los baños de Caldas, en Cataluña. ¿Por qué?
Se trata simplemente de una cuestión de alcoba.
María Cristina casada clandestinamente con
Fernando Muñoz,
sigue trayendo hijos al mundo, pero siendo
oficialmente viuda no podía vivir rodeada de su numerosa prole, de manera que conforme nacían Amparo, Milagros, Agustín y Fernando, los enviaba a Francia. El 18 de abril de 1840, María Cristina había dado a luz nuevamente otra hija, que, naturalmente, tenía que ir a Francia a reunirse con sus hermanos. Ese sería el motivo de que Isabel tuviese que tomar los baños en Cataluña y no en Guipúzcoa.
María Cristina, rebosante de salud y belleza irradiando bienestar y satisfacción no era ya, la regente de España, sino
la señora de Muñoz, cuyo secreto matrimonio marchaba viento en popa, bendecido con una numerosa prole, que se criaba en Francia sin estrecheces ni peligro.
Mientras tanto, tras celebrarse unas elecciones en las que salieron triunfantes los liberales moderados el gobierno había sido encomendado a Pérez de Castro, que fue incapaz de resolver la bancarrota en la que se encontraba la hacienda española. Afloraba entonces la labor oculta de sociedades secretas y reuniones clandestinas, manejadas por masones, rosacruces y carbonarios. Las turbas se apoderaron de las calles de Madrid y los dos batallones que se enviaron para sofocarlas, en lugar de reprimirlos, confraternizaron con los insurgentes.
Tras el Abrazo de Vergara y la finalización de la guerra, Espartero, don Baldomero Espartero, conde de Luchana y duque de la Victoria, es el personaje más influyente y más popular; es el amo de España y la regente viendo que ningún gobierno puede sostenerse decide entregarle el poder y encargarle la formación de un nuevo gobierno, de carácter liberal progresista.
El general va a Madrid, toma contacto con la Junta Revolucionaria y marcha a Valencia, donde se encuentra la regente. El 8 de octubre hace una entrada triunfal en la ciudad. Su coche es desenganchado y tirado por los hombres de la Milicia Nacional. No hay que sorprenderse; en España hay voluntarios para todos los fanatismos.
Ante María Cristina juran los cargos los nuevos ministros y se lee el programa de gobierno elaborado de acuerdo con la Junta Revolucionaria de Madrid: se separarían de la reina los altos funcionarios de palacio y, María Cristina declararía traidores a los consejeros que hasta entonces le habían ayudado en las labores de gobierno. En un momento determinado el nuevo ministro don Manuel Cortina, pregunta a la reina:
-
Señora, desearía saber si es cierto un hecho al que se ha dado mucha publicidad en la prensa durante las últimas semanas y que si fuera verdad podría acarrear graves consecuencias-
- ¿Qué quieres decir?- preguntó María Cristina.
-
Me refiero al casamiento de Vuestra Majestad
Estas palabras produjeron a la regente el efecto de un mazazo. Su matrimonio con Fernando Muñoz, el hijo de la estanquera se había efectuado solamente tres meses después de la muerte de Fernando VII, y fue absolutamente secreto. De ninguna manera podía hacerse esto público oficialmente.
A las ocho de la noche del 12 de octubre de 1840, María Cristina, adornada con la diadema real leyó su renuncia a la regencia ante el gobierno, cuerpo diplomático y demás autoridades. El 17 marchaba a Francia en el vapor “Mercurio”.
Antes de que desembarcase en Francia, en Madrid se vendía por veinte reales un escrito anónimo en el que se exponían a la pública curiosidad sus relaciones con el hijo de la estanquera. Para mayor bochorno, el “anónimo” autor, antiguo diputado, estaba a sueldo de la infanta Luisa Carlota, hermana de María Cristina.
Espartero para no quedarse atrás en aquel mezquino juego hizo publicar el acta de matrimonio de María Cristina y Muñoz. El vencedor de Luchana, dueño del ejército, jefe del partido liberal progresista en el poder fue elegido por las Cortes para ser el nuevo regente de España durante la minoría de edad de Isabel.
Madrid se desbordó en fiestas, con música, bailes y regocijo general. Delante de la casa de Espartero una rondalla aragonesa cantaba una jota:
Cuando comenzó el diluvio
Todos estaban alegres
Y unos a otros se decían
¡Qué buen año va a ser éste!
El nuevo regente Espartero dio el encargo de formar gobierno a su amigo
González Olañeta, masón y hombre de absoluta y reconocida incapacidad. Las
logias no estaban dispuestas a permitir que la educación de una reina que acababa de cumplir diez años quedase en manos de personas clericales y reaccionarias, de modo que la primera actuación de Olañeta fue la de cesar a todos los cargos palatinos y sustituirlos por personajes afines la causa: Doña
Juana de Vega como aya, la marquesa de Bélgica, conocida como la
marquesa republicana, como camarera mayor, don
Salustiano de Olózaga, la estrella del liberalismo progresista como ayo o gobernante de la reina y el anciano y honrado don
Agustín Argüelles, santón de la masonería española con el cargo de tutor.
Mientras tanto, María Cristina desde París conspiraba todo lo que podía, y costeó con ocho millones de reales, una sublevación militar en la que tomarían parte, generales luego tan importantes en la historia de España como O’Donnell y Narváez. El objetivo era asaltar el palacio real y apoderarse de la reina. Aquella tarde del 7 de octubre de 1841, Isabel u su hermana Luisa Fernanda no salieron a pasear por estar el día desapacible y jugaban mientras esperaban a las siete y media que comenzara su lección de canto. Acababan de comenzar la lección cuando se oyeron gritos y disparos. Era el asalto a palacio llevado a cabo por los también conspirados generales Diego León y Dámaso Fulgencio que llevaba la capa en la que sería envuelta Isabel al ser raptada.
El piquete de alabarderos, guardianes de palacio, barrieron con su fuego a los asaltantes. Los tiros, los gritos y la confusión continuaron hasta las seis y media de la mañana en que se retiraron los asaltantes dando por fracasado el golpe. Espartero se mostró implacable en la represión y salvo O’Donnell y Narváez que consiguieron huir, el resto de los generales fueron fusilados.

Los errores de la regencia en política interior se vieron agravados en la
política exterior, cuando
Espartero, al no poder contar con el apoyo de Francia, que se inclinaba por María Cristina,
se echó en brazos de Inglaterra, que desde entonces ejerció una influencia decisiva en todas las cuestiones políticas y su intromisión en todos los asuntos del gobierno llegó a ser intolerable. Por ejemplo cuando el
embajador británico consiguió que se abriese el mercado español a los tejidos ingleses. Como era evidente que esto ocasionaría un
evidente perjuicio a la industria textil catalana, el descontento fue en aumento y el 14 de noviembre estalló una
sublevación en Barcelona,
de matiz obrero y socialista. Se creó una
junta revolucionaria que pedía la convocatoria de Cortes Constituyentes, la caída de Espartero, el matrimonio de Isabel con un español y protección para la industria nacional.
Espartero se presentó en la ciudad condal el 21 de noviembre y
resolvió tomar Barcelona militarmente. El 2 de diciembre la
ciudad fue duramente bombardeada desde Montjuich. En trece horas de bombardeo cayeron sobre Barcelona 800 bombas. El 4 fue ocupada la ciudad e inmediatamente comenzaron los consejos de guerra, con ejecuciones casi en masa y Barcelona tuvo que pagar, además, 12 millones de reales como contribución de guerra.
El otrora héroe nacional Espartero, se había convertido en el hombre más odiado en España y eran unánimes los clamores contra él. Puede decirse que toda España anhelaba su caída. Sevilla que quiso seguir el ejemplo de Barcelona fue igualmente bombardeada. Málaga, Granada, Murcia, etc. dan la señal de sublevamiento. Prim, un coronel que empieza a destacar en el ámbito político se subleva en Reus. Solo faltaba quien aglutinase la repulsa general contra la regencia esparterista y este hombre fue el joven general de 33 años Francisco Serrano Domínguez a quien la junta revolucionaria nombró ministro universal del único gobierno que reconocía la junta. Al 28 de junio publicó Serrano un manifiesto exponiendo las razones del alzamiento y un decreto “destituyendo de la regencia a Espartero”.
Varios generales huidos a Francia durante la represión anterior, regresaron para ponerse al mando de las tropas. La junta de Valencia dio el mando militar a Narváez, que era quien en realidad dirigía el movimiento contra Espartero.
Narváez se dirigió a Madrid y con 3.000 hombres se enfrentó a los 12.000 de las fuerzas de Seoane y Zurbano. El combate, si así puede llamarse, apenas duró veinte minutos y el triunfo de Narváez fue completo. Se habló de connivencias, de compra de voluntades y de sumas de dinero, pero lo cierto es que las tropas del gobierno estaba completamente desmoralizadas por haberse corrido la voz de que Espartero había sido derrotado en Albacete. Esto hizo que a los primeros disparos, las fuerzas de Seoane se unieran a las de Narváez. El 22 de julio entró Narváez en Madrid en medio del mayor entusiasmo, que se desbordó cuando al día siguiente hicieron su entrada Serrano y Prim.
El 30 de julio, Espartero embarcó en Cádiz en el “Betis”, de donde pasó al buque de guerra inglés “Malabar” que lo condujo a Lisboa y desde allí embarcó para el exilio en Londres.